10 diciembre, 2024

Esperando a nuestro Trump

Por Ope Pasquet

Donald Trump fue el claro ganador de las primarias republicanas, para desazón del «establishment» de su partido. Los legisladores, gobernadores, ex ministros y ex candidatos presidenciales del «Grand Old Party» (GOP), como llaman en Estados Unidos al Partido Republicano, no ven con simpatía al populista advenedizo que amenaza a los inmigrantes, destrata a las mujeres e insulta a sus adversarios políticos. Al principio la de Trump parecía una figura pintoresca y marginal, que solo aportaría colorido a una campaña de la que debería surgir la candidatura de otro Bush para enfrentar a otro Clinton. Pero la democracia no se lleva bien con las dinastías. Trump ganó las primarias, y ahora los republicanos se preguntan cómo harán para juntar votos mientras su candidato se pelea todos los días con algún sector de la sociedad.

Lo que también es cierto y no hay que olvidar, es que los hoy afligidos dirigentes republicanos se buscaron lo que les pasó. Prepararon el terreno para el advenimiento de un candidato como Trump. Desde hace tiempo venían atizando el fuego del nacionalismo xenófobo, el imperialismo agresivo y el fundamentalismo religioso convertido en intolerancia política. Durante la presidencia de Obama, el «Tea Party» y varios «think tanks» republicanos profundizaron el proceso, generando un discurso según el cual la lucha es entre buenos y malos y no puede haber por tanto ningún acuerdo entre ambos bandos que no sea una forma de indebida claudicación. Así planteadas las cosas, machaconamente, durante años y años, no quedó espacio para los moderados, para los sensatos, para los racionales. Decidieron jugar al que cortara más grueso; ganó Trump.

Por momentos pareciera que en Uruguay, donde la moderación y la disposición al compromiso hacen parte de la idiosincrasia nacional, estuviera creciendo y fortaleciéndose una tendencia a plantear las cuestiones políticas en términos de todo o nada, como si nosotros también estuviésemos esperando a Trump. Para algunos, la historia nacional anterior al 1º de marzo de 2005 es una sucesión de calamidades que se concreta y resume en la crisis del 2002: el Uruguay gobernado por los partidos tradicionales es eso y solo eso, la crisis del 2002; lo bueno empezó recién con el gobierno del Frente Amplio. Para otros es exactamente al revés: desde la primera presidencia de Vázquez hasta hoy no se ha hecho nada positivo, salvo aprovechar una coyuntura internacional favorable que ya se terminó.

Es cierto que los dirigentes políticos que hablan de esa manera en el curso del debate parlamentario suelen conversar en otros términos, más razonables, en los ambulatorios del Palacio Legislativo. Pero las conversaciones privadas, por definición, no llegan a la opinión pública, que se queda con sentencias inapelables comprimidas en 140 caracteres o 20 segundos de televisión. En esta cancha también, el que corta más grueso gana.

Quizás más dañinas que las polémicas dentro del sistema político, entre adversarios que no se reconocen nada el uno al otro, sean las críticas al sistema político todo. Algunos dicen que «los políticos» ganan demasiado, trabajan poco y no entienden nada. Otros afirman que los partidos tienen que buscar sus candidatos fuera de sus propias filas, lo que implica que ninguno de los que hoy encabezan esas filas sirve para nada. El resumen ya se expresa en las redes sociales: «que se vayan todos».

En otras épocas, los «outsiders» se buscaban entre los generales retirados: personas con imagen de autoridad. Después de «la historia reciente» y en la era de la globalización, el paradigma cambió: hoy no se buscan militares capaces de poner orden, sino empresarios que hagan que las cosas funcionen.

Tanto la fantasía del buen general como la del buen empresario metidos a gobernantes, expresan el mismo sentimiento de rechazo a la política. Y ese rechazo comprende no solo a la patología de la política -los errores, las torpezas, las frustraciones que hubieran podido evitarse, eventualmente la corrupción-, sino también a lo que le es inherente en un régimen democrático y pluralista: la negociación, la demora, las soluciones de compromiso que no son chicha ni limonada. Y es que es así que se progresa; no hay atajos, ni soluciones mágicas; «la política es el esfuerzo que se hace todos los días para pasar de un estado de cosas determinado a otro mejor», decía don Pepe.

Si alentamos la impaciencia, la desconfianza, la intransigencia radical, el desconocimiento del otro en nombre de la certeza absoluta en la bondad de nuestras ideas, contribuimos a generar y alimentar un malestar ciudadano que no es bueno para nadie: ni para el gobierno, ni para la oposición, ni para la ciudadanía en general. En definitiva, preparamos el terreno para un Donald Trump.

Después no hagamos la de los republicanos en los Estados Unidos, que ahora se lamentan; más digno será que nos retiremos a llorar al cuartito.

 

Columna publicada en Montevideo Portal.

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