En los albores
A partir de la libérrima decisión de un puñado de mancebos, de seguir al primer baqueano de entre ellos -el que sólo presume ser un oriental liso y llano, y al que todos reconocen como el más eficiente, cuando se trataba de sublevar las masas y de infundir en ellas un sentimiento colectivo– comienza a aflorar un clan con marcada sincronía.
Se estrena el grupo con un viril estrechón de manos que sella el pacto de sangre. Luego un alarido de libertad, preanuncia la fiereza con que se aprestan, para los combates que van a ocurrir.
La concordancia en los propósitos y en las ideas. La fraternidad, también expresada en los fogones -junto al resto de los alistados- insuflando los corazones con la lírica de Bartolomé. La nunca desmentida predilección del Jefe, José Artigas, por su primer lugarteniente, convierten pronto a Don Frutos, el más fascinante de los caudillos orientales, (a juicio del historiador blanco Maiztegui Casas) en la cabeza visible de una corriente de ideas; al tiempo que se afianza un sólido sentimiento colectivo, enraizado en poderosas razones y en enormes ansias de Libertad.
El curso de los sucesos emancipadores, las sucesivas batallas con resultados diversos, van esbozando los trazos nítidos de dos perfiles, notoriamente distintos, entre los artiguistas. La impronta personal de los caudillos contribuye a ahondar las desigualdades.
Luego de años, de agotadoras operaciones militares
Pasado un extenuante lustro de revolución, en el otoño de 1817, Artigas adopta una posición trascendental: designa a Fructuoso Rivera (luego de otros, anteriores y reiterados ascensos), comandante general del Ejército de la Derecha, provocando un cisma en la oficialidad y la inmediata deserción de Rufino Bauzá y los hermanos Manuel e Ignacio Oribe.
Abandonado a continuación, por la casi totalidad de su plana mayor el Jefe de los Orientales -renuente a suspender por lo menos, la lucha armada- termina también perdiendo, la valiosa asistencia de Rivera -el cual elige fingir su adhesión al invasor portugués y aguardar en el terruño, la clarinada de libertad, para emancipar oportunamente el suelo patrio.
Artigas, sólo y desmoralizado opta por el exilio al Paraguay, clamando por un bosque donde vivir.
De resistir en silencio
Reunidas las condiciones para la operación militar, Lavalleja -con la decidida participación de su compadre- expulsa al ejército de ocupación portugués.
Don Frutos, entonces, compelido por los acontecimientos y su naturaleza emprendedora, pasa a jugar un rol intrínsecamente fundacional: abre cauces para la independencia de la República y hecha las bases para la formación del Partido Colorado.
La historiografía quiso ver en la Batalla de Carpintería (19 de setiembre de 1836) el mojón fundacional de ambos partidos históricos, pero es evidente que el relato piveliano (Historia de los Partidos Políticos – Pivel Devoto 1942) ampliamente admitido en la actualidad, acierta al situar el surgimiento de ambas colectividades -incluso antes de la independencia nacional- con más precisión, en los primeros amaneceres de la Revolución.
Si bien es cierto, no puede adjudicarse sólo a Rivera -ni aún, sólo a su divisa- el mérito de la Independencia, es innegable que su activa y hazañosa participación, fue determinante para su consecución.
En cambio respecto a la constitución del Partido Colorado no caben conjeturas, es una verdad irrefutable: es Fructuoso Rivera, el único responsable, el autor que con su personalidad marcó a fuego a su colectividad. (Las Raíces Coloradas – Hierro López 2015).
La Libertad y la Democracia
Una vasta bibliografía permitiría abundar en la descripción de las señas identitarias que definen al que -como respuesta a las adversidades de la hora- hemos venido llamando -con inocultable rebeldía y no sin orgullo (en referencia más al pasado que al presente) el Partido más grande de la historia.
Ser colorado pues -en una apretadísima, pero elocuente síntesis, dice Enrique Tarigo (en una inolvidable disertación a los jóvenes colorados, una noche de setiembre de 1980)- es pertenecer a un Partido político nacido en los albores mismos de nuestra vida de Nación independiente, que de manera intuitiva, como expresión de sentimiento más que de razonamiento, adoptó para sí, como atributos de su esencia y de su razón de ser, los principios de la Libertad y de la Democracia. Precavido de que podía faltarle a su definición, distinguir matices respecto a la otra vertiente tradicional, concluyó, El Partido Colorado… no subestimó ni despreció, naturalmente, ni a la ley o a la legalidad, ni al orden o a la autoridad, pero consideró, seguramente, que la ley y el orden, son apenas, instrumentos o herramientas, medios y no fines, puestos al servicio de los auténticos principios que son, repito, la Libertad y la Democracia.