En esta fugaz mirada hacia atrás, que nos propusimos –luego de nuestra primera columna de la semana pasada: Ser Colorado– nos toca ahora el turno de describir el sentido de pertenencia, que además del de colorado, ostentamos muchos de nosotros no se cuantos, de Ser Batllista.
Tomando como mojón primigenio de la secular faena partidaria, el comienzo del uso de la divisa colorada en Carpintería (1836), habían transcurrido veinte años -y seis, del infausto lunes 23 de setiembre de 1850, en que había muerto en el exilio paraguayo, el gran caudillo José Artigas- cuando en una casona de la Aguada de Montevideo, nace un varón al que sus padres bautizan con el nombre de José Pablo Torcuato.
José, hijo de Lorenzo Batlle y de Amalia Ordóñez -como si fuese la inspiración de una profecía mesiánica- asoma a la vida para venir a ser piedra angular, en la edificación de una república modélica, reconocida como paradigma entre las naciones.
Durante el itinerario de su vida, iba a esculpir en la madera de su país natal, un trazo indeleble que -en los 160 años siguientes hasta nuestros días- se perpetúa como una suerte de determinismo que fija la vida, el imaginario y hasta la voluntad de los pobladores de ésta república.
Batlle, su Ideario y su colosal Obra.
El ideario singularísimo y la colosal obra de Batlle y Ordóñez comenzamos a conocerla -los que no fuimos sus coetáneos- en las páginas de Batlle y el Batllismo, voluminoso texto de Giudice y González Conzi, funcional al Batllismo, en el que se omite mencionar el resto de la historia partidaria que antecedió al Reformador, en un relato que -a juicio del historiador José Rilla en ese sentido– dialogaba pobremente con la historia de un partido cuyas raíces, como los Batlle, estaban en la colonia, la independencia y la primera república.
Rilla, abona su afirmación citando una frase de los venerables biógrafos de Batlle, el Uruguay bárbaro, casi feudal, había hecho su camino tortuoso e improductivo… hasta que “entonces aparece Batlle”, el “creador de su tiempo”, como le gustaría interpretarlo, medio siglo más tarde, al gran historiador norteamericano Milton Vanger.
No faltaron, ni faltan estudiosos y hasta cientistas políticos -generalmente de filiación izquierdista- que quieren ver a Batlle, como desprendido de su identidad colorada -entendida entonces y aún hoy, como regresiva– algo que el propio Batlle se encargó enfáticamente de rechazar, en reiteradas oportunidades.
La sola enumeración de las principales reformas emprendidas por Batlle –algunas de las cuales no llegaron a concretarse, por la fuerte resistencia que el miedo y los prejuicios provocaron en un sector minoritario pero poderoso, de la población- rebasaría ampliamente los límites de esta columna, por lo que nos proponemos -sin el rigor académico que el tratamiento de la matriz ideológica del Batllismo requeriría- en el afán de resumir, apenas recoger los aspectos más notorios y salientes, de la titánica obra de Batlle y Ordóñez.
Empezando por aseverar con suficiente certeza, que la tradición liberal republicana, que caracterizó al conjunto de sus ideas, devino en la ideología conocida décadas después, en la vieja Europa, como la Socialdemocracia; y la República Batlllista como acierta en llamar Gerardo Caetano, en sus trabajos editoriales, a esta nación independiente del sur de América, reconocerla, como el primer estado de bienestar que registra la historiografía política universal
Plan de Reformas.
Barrán y Nahum han compilado con especial detenimiento todo el Plan de Reformas del Batllismo y lo han recapitulado en seis grandes ejes ampliamente admitidos como centrales. Reformas: Económica (estatizaciones, proteccionismo); Social (legislación obrerista, protectora de los más débiles); Rural (políticas dirigidas a la eliminación del latifundio ganadero; al equilibrio productivo del agro y la pecuaria; y fundamentalmente al avance en el mejoramiento de los cultivos y en la producción de semillas básicas); Fiscal (eliminación de impuestos al trabajador y aumento de la carga impositiva a los más ricos); Moral (incremento de la educación, defensa de la identidad nacional cosmopolita, laicidad y justas reivindicaciones para las mujer); y Política (amplia politización de la sociedad y colegialización del Poder Ejecutivo).
El núcleo medular de su Pensamiento.
La reforma Política, sin duda el núcleo medular del pensamiento de Batlle, contiene dos puntos que -desde mi apreciación- merecen el mayor destaque. Referido uno, a la construcción de la ciudadaní, para la vida en democracia; y a la implantación del colegiado de gobierno, para el desenvolvimiento intrínseco de la República, el otro.
Resistidos ambos objetivos en su tiempo -por sectores prejuiciosos y conservadores- tuvieron diferente suerte, en el trayecto hacia su consecución.
El primero, (construcción de la ciudadanía) luego aceptado, aunque nunca estimado al grado de reconocerlo como pilar fundamental, hoy -por desidia de quienes llegaron a considerarlo un bien natural (recibido de una vez y para siempre) y por el interés de los que lo sintieron, y lo sienten, un estorbo para el desarrollo de sus planes de conquista y mantenimiento de poder- permanece desvalorizado y crecientemente despreciado.
El segundo, (colegiado) siempre resistido, aun cuando, puesto a prueba, rigió con éxito los destinos del país, continúa rechazado, e ignorado como una cumbre pendiente de alcanzar.
A contra pelo entonces, de la multitudinaria repulsa actual al Colegiado, habré -por mi parte- de tomarme la licencia para disentir; toda vez que así lo crea oportuno, convencido que estoy de que es una causa justa e irrenunciable.
Próximos estamos al centenario de la derrota del 30 de julio de 1916; sería a mi juicio imperdonable omitir el hito histórico, sin replantearnos siquiera remotamente, cuanto habría ganado la República, de no haber mediado el Alto que pretendió temporalmente frenar el espíritu inquieto de Batlle.
Es deuda.
Debajo de este mismo título Ser Batllista -que espero repetir en la próxima columna- prometo referirme al otro gran énfasis reformista de Batlle: la construcción de ciudadanía, preparada intelectual y culturalmente para ser capaz de edificar su destino; y mediante la participación ciudadana en la vida política, asegurar el dinamismo social intrínseco de la vida en libertad, dignificando a los hombres y mujeres en la equidad y la justicia social.