El 27 de junio de 1973 por primera vez lloré por razones políticas, se había instalado una dictadura. Una semana después -4 de julio de 1973- nació mi segundo hijo en medio de una gran incertidumbre ¿me dejarían o no ingresar al Hospital Italiano que se encontraba ocupado como el resto de los nosocomios en repudio al golpe de estado?
Mi ginecólogo optó, pese a que su equipo estaba en el Italiano, ante la falta de certeza si quien estuviera de guardia en la puerta consideraría o no un parto una emergencia -experiencia que ya había vivido- y ante la inminencia del parto, que marcháramos derecho al Hospital Británico, donde no se suscitaba ese problema. Podría haber parido en la calle; fue muy rápido y sin complicaciones.
A los pocos días un tío político -que pertenecía al sindicato “de los libres” del Frigorífico Nacional- casi pierde un ojo por golpiza de miembros del otro sindicato por haberse presentado a trabajar ante la amenaza de quedar sin trabajo si continuaba la huelga.
Ya hacía algunos años que el miedo era una constante sin importar si podíamos o no tener cualquier actividad política, sindical, gremial o guerrillera. Comenzó con las medidas prontas de seguridad y sufríamos por tirios y troyanos: los atropellos policiales de los allanamientos nocturnos, las razzias, los abordajes a los ómnibus de las fuerzas conjuntas con metralletas y los peajes para las ollas populares de estudiantes y obreros -casi nunca voluntarios sino impuestos- y detenciones de ómnibus por quema de cubiertas y frecuentes pedreas.
Tratando de poner un orden cronológico a lo sucedido recuerdo que iniciada en 1963 mi época liceal, fue frecuente que, por hallarse mi centro de estudios junto a la Biblioteca Nacional, debiéramos salir por Guayabos y no por 18 de Julio por los gases lacrimógenos de los enfrentamientos entre los estudiantes de la Facultad de Derecho y entonces Ciencias Económicas y la policía. La medida no siempre era exitosa y aún con las ventanas cerradas el gas se introducía en los salones y llorábamos sin entender demasiado lo que sucedía.
No puedo recordar con exactitud el año exacto en que empezó todo ello pero sí mi miedo atroz a la violencia de unos y otros. Pero hubo algo que ignoré como hasta la década de los 90: que en 1962 el “Che” desde el Paraninfo había expresado que cuidáramos la democracia que teníamos y que un grupo de gente, que se creyó iluminada por no sé qué divinidad, no lo hizo y nos arrastró a la dictadura y al plan Cóndor brindando sin necesidad la excusa para ello.
Curiosamente aquellos iluminados fracasados en su guerrilla, una vez amnistiados buscaron llegar por el método institucional y ¡oh sorpresa! llegaron al gobierno. Desde allí, se dedican sistemáticamente a destrozar las garantías constitucionales y nuestro mayor valor de igualdad que supimos sentir por nuestros semejantes, instalando el odio de clases.
¿Lograrán destruir todo el camino recorrido para transformarnos en un pueblo ignorante del rico legado de los partidos fundacionales y en especial del legado batllista, máxima expresión de la lucha por los más desposeídos? La respuesta está en lo que cada uno de nosotros hagamos individual y colectivamente para mantener viva la memoria del siglo XX. Hagámoslo.