No se requiere mucha perspicacia, ni es preciso entrar en pormenores para darnos cuenta de que atravesamos una fase dificilísima en la vida del Uruguay.
En todos los planos del acontecer,, la decadencia es a todas luces perceptible.
La escasa o nula seguridad ciudadana, el gravoso costo de vida y la extrema crisis de la educación, son apenas los items más notorios del estado de malestar en que devino la República.
Por obra y gracia de quienes gobiernan, la coyuntura ha adquirido ribetes inéditos entre nosotros.
Caracterizados personajes, hoy en el gobierno, habituados desde siempre, a victimarse para disimular sus prácticas non santas, supieron valerse en el pasado, de todo cuanto fue funcional a sus planes para la conquista del poder.
Hábiles contorsionistas verbales, operaron siempre con profesionalidad. Recurrieron sin miramiento alguno -una y otra vez, tantas veces cuanto fue necesario- al método elemental de desacreditar al oponente. A todo aquel que osara sostener opiniones desavenidas con su línea. Hasta alcanzar la presea dorada, de convertirlo en un despreciable enemigo.
Abrevaron en la teoría maniquea de la lucha de clases y salieron a aplicar la praxis en tiempos de guerra fría.
¡Cuanto peor, mejor! fue el epígrafe primero, que figuró en las tapas de sus textos.
Luego de décadas de sistematizado aliento -trancando, negando, estorbando sin escrúpulos, de todas las formas imaginables, la acción de gobierno- pudieron finalmente disfrutar el sabor de las deseadas mieles del poder.
Contribuyeron para ello, los efectos de una crisis que sopló fuerte de las casas de los vecinos y la excesiva credulidad, de una ciudadanía renovada -apenas reiniciada en su formación cívica- luego de los desgraciados años de la dictadura.
Emergieron siete vacas gordas.
A su arribo, el gobierno progresista, fue acometido por una generosa buenaventura. Su antecesor le había entregado la casa en orden, luego de sortear con decisión y coraje las duras inclemencias.
Y he aquí, que del rio emergieron siete vacas de hermosa apariencia y robustas.
Diluvió oro, incienso y mirra, como nunca antes: durante una década el fruto del trabajador uruguayo fue demandado y bien pagado en el mundo.
Estaban, los hombres y mujeres del progresismo, comenzando a aprender la difícil tarea de gobernar. Duchos en su oficio anterior, de impedir gobernar a otros, engolosinados además con la dulce bonanza que ya se percibía, prefirieron hacer oídos sordos a las observaciones de quienes ya estaban aprendidos.
Nada los detuvo. La dadivosa mayoría que el pueblo les había otorgado, facilitaba una acción desordenada y el desarrollo de un dispendioso plan de prebendas.
Despilfarraron los dineros públicos. Saciaron los deseos y apetitos del conjunto y los particulares. El estado de derecho, las Constitución y las leyes, no fueron nunca obstáculo ni regla, que les impidiera dar satisfacción a su intensa codicia.
Hasta que vinieron las vacas flacas.
El faraón de Egipto escuchó con atención la interpretación de José: luego vinieron del río siete vacas magras… Los progresistas del gobierno, en cambio, siguieron como si tal cosa, desechando por burdas las advertencias ajenas.
Convocada la ciudadanía a dirimir en una nueva instancia electoral -aunque con vacilaciones y algunas aprensiones a perder lo conquistado– volvió a extender su carta de crédito.
No habrá faltado, entre los progresistas relectos más veteranos, quien al cantar victoria, recordara la letra del tango de Enrique Santos Discépolo, ¡Saraca Victoria!
–¡Cuando desate el paquete… y manye que se ensartó!
El engañoso paquete de promesas, preparado por la fuerza política (como la llaman ahora), para la ocasión, había vuelto a resultar.
Pero a poco de descubrirse las primeras artimañas para intentar disimular el fiscalazo que se venía, (el más grande que se registra ), el cristal de la confianza se quebró.
Extraer plata de los bolsillos de los asalariados y de los jubilados para pagar el pato, no es algo que la gente pueda perdonar.
Descorrido el telón, toda la escena cambió. Lucieron al desnudo, las patas de la sota, y la sota también. Los que hasta ese entonces atribuían falta de memoria a los que se osaban abrir los ojos, comenzaron repentinamente a hablar. Y en voz alta, algo que los compañeros saben bien que no se debe hacer.
Entonces sí, todo aquello que había pasado delante de los ojos de la gente y no había merecido castigo, de la noche a la mañana pasó a ser la comidilla cotidiana de la opinión pública.
La Justicia en la que todos creemos, pero a la que muy pocos aprobamos, avanza cansina, casi lerda. Como escudada en su peculiar pasividad, en el tratamiento de uno pocos casos sospechados de corrupción. Pero la ciudadanía que a veces tarda en saber, ahora sí, ya sabe de qué se trata.
La sabiduría popular no requiere pruebas para su veredicto. La trama ha sido desvestida y pocos atinan a justificar el cúmulo de irregularidades, como hasta ahora lo hacían.
Nadie, o casi nadie, atribuye ahora, falta de memoria al que se atreve a reprobar. No se oye más decir, como hasta hace poco: son todos harina del mismo costal. Seria un flaco favor, el argumento de la comparación como pretexto. Y a esta altura, ocioso empeñarse en juntar los añicos del cristal de la confianza pública perdida.
Han roto todas las marcas en nepotismo, coimas (pretendidamente justificadas, desde la más alta magistratura del segundo gobierno), tráfico de influencias, obras mal licitadas, sobreprecios. Ilicitudes varias que -aunque pudiesen no configurar delito- suponen sí, un manejo discrecional de los dineros públicos, en donde la omisión voluntaria del acatamiento a la norma, ha pasado a ser la regla corriente.
Apenas un minúsculo sector de la población –(no precisamente el de menos recursos, que se beneficia con políticas asistenciales convertidas en perpetuas, ante la falta de soluciones genuinas) el vinculado a los grupos económicos empresariales amigos, favoritos del Poder, junto a unos pocos operadores políticos de base, devenidos en nuevos ricos, como consecuencia del clientelismo aplicado- mantienen su fidelidad a la fuerza política.
La acción del Partido Colorado Batllismo.
No debe ser por cierto, la oposición sistemática a la acción de gobierno, la respuesta de los partidos opositores, como tampoco el llamado a la rebelión, a caballo de la ola de indignación generada.
No obstante, si las oposiciones aspiran sobrevivir al cataclismo, tendrán que hacer oír sus voces claras y vigorosas.
En lo que refiere al Partido Colorado Batllismo, si no consigue que se conozca la desigual brega que libran sus legisladores, deberá buscar los medios capaces de difundir sus opiniones, más allá de los muros del recinto legislativo.
Habrá que limar asperezas -dentro y fuera del Partido. Procurar formalizar acuerdos estratégicos, confiables -dentro y fuera del Partido- que, anteponiendo el interés general, por sobre el particular, se proponga comenzar el rescate de la República.