Estamos viviendo una situación que no es digna de nuestro país. Y no lo digo por la inseguridad, que obviamente es más que preocupante. Lo digo porque sin darnos cuenta, entre tanta agresión, nos estamos deshumanizando.
Nos deshumanizamos cada que vez que alguien propone como solución seria “matarlos a todos”, cada vez que alguien celebra una muerte en la cárcel con un “uno menos”, cada vez que alguien se alegra con un poco de violencia. Venga de donde venga. Se dirija a quien se dirija.
Pero también nos deshumanizamos cuando le decimos al otro que porque tiene plata no se puede quejar. Que no puede reclamar seguridad, ni para él ni para los demás, porque vive en un barrio cheto. Cuando ridiculizamos al que pide justicia porque lo hace con ollas caras. Cuando ninguneamos a alguien, lo despreciamos y le gritamos que se calle, porque tuvo suerte en la vida.
Es un poco contradictorio, porque mientras hacemos todo esto, le exigimos a la gente “privilegiada” que use sus privilegios para alzar la voz por los que no la tienen. Les pedimos, y con razón, compromiso y conciencia social. Argumentamos que la única forma de progresar como sociedad es que todos luchemos contra las injusticias, incluso cuando no nos afectan. Pero después, cuando un grupo de gente sale a manifestarse, los llenamos de odio porque viven en Pocitos o en Carrasco. Nos reímos de ellos y los desacreditamos. Los anulamos.
No soy ingenua y sé que mucha gente no caceroleó ayer por los que más sufren la inseguridad. Sé que muchos marcharon porque alguna vez les robaron sus pertenencias, o les mataron a un ser querido. También sé que estas razones por sí mismas ya legitiman a alguien, sea quien sea, para hacer un poco de ruido en la calle. Sé que si hay personas que sufren porque sus familiares fueron víctimas de la delincuencia, no tienen menos derecho a hacerlo porque nacieron con plata o trabajaron para tenerla. Porque sé que las vidas valen todas lo mismo.
Pero también me consta que mucha gente no protesta solamente por cosas que sufrió en carne propia. Que el discurso contra la inseguridad no siempre está cargado de individualismo. Que muchos de los que quieren un país más seguro no lo quieren solamente para que no les roben el celular o el LCD. Hay gente que quiere un país más seguro porque es más justo para todos, y sobre todo es menos dañino para quienes menos tienen. Y sí, mucha de esa gente vive en Pocitos o en Carrasco. Porque ahí, aunque muchos no lo crean, también hay buena gente.
Cuando pretendemos construir un discurso político desde el odio y el rencor, la sociedad se deshumaniza. Eso es lo más grave. Pero también pasa otra cosa: la gente se empieza a cansar. Un día se cansan los de Carrasco y Pocitos, pero después se cansa algún otro. Cuando querés acordar, tenés una sociedad dividida entre malos y buenos, que habla de “ustedes” y no de “todos”, y muchas personas que después, cuando tengan que ir a votar, se van a acordar de cuando les dijeron que como prefieren pagarles un colegio privado a sus hijos, sus voces no valen nada.