Hace 30 años, la primera vez que alquilé un coche en EE.UU., pasé muy malos momentos tratando de cargar nafta sin ningún pistero que me auxiliara: desde poner el surtidor en cero hasta pagar, todo lo hace uno (al final se aprende). Hace 10 años, cuando vivía en Bethesda (suburbio rico de Washington), los supermercados empezaron a prescindir del personal en las cajas. El cliente carga su carro, llega al mostrador de salida, y cumple por sí mismo las operaciones de cobro: pasa los artículos por un escáner/lector de código de barras, va siguiendo en la pantalla la progresión del ticket, y al final introduce su tarjeta para pagar, como en un cajero automático (precisamente eso es, un cajero automático). Me dijo mi mujer que en Montevideo ya hay un supermercado que funciona así. Las cajeras (habitualmente mujeres en torno a los 30 años) se quedan sin trabajo. También los muchachos que reponen la mercadería en las góndolas: chips en cada estante revisan stock e inventario en tiempo real, y robots completan los productos faltantes cuando cierra la tienda. Así mismo irán desapareciendo los pisteros de las estaciones de servicio. Los rivales de los tacheros no son los uber, sino los coches sin chofer; qué decir de los guardas de ómnibus. Pero los empleados bancarios tampoco tienen destino. Vamos: según estudios seriotes, la mitad de los trabajos conocidos (equivalente a más de dos tercios de los puestos de trabajo globales) están en serio riesgo de ser sustituidos por procesos computarizados en los próximos años; incluyendo la medicina especializada y el asesoramiento legal. La robótica hace estragos entre las actividades rutinarias. Pero la Inteligencia Artificial, que hasta hace poco no había cumplido las expectativas originales, ahora se disparó, y avanza a velocidad cuántica: todos leímos los progresos extraordinarios del “aprendizaje en profundidad” del que son capaces las últimas mega computadoras; ya no es cierto que las máquinas no pueden hacer nada distinto a lo que se haya programado: ahora son capaces de aprender e inventar nuevas soluciones (literalmente), navegando solitas por internet (la propia compu). “Deep Blue” quedó en el recuerdo; ahora se llama “Deep Mind”, y atemoriza hasta a sus propios creadores.
Apocalipsis now
Parece que fue David Ricardo en 1821 quien, a la vista de la revolución industrial en Inglaterra, advirtió por primera vez sobre el impacto de la automatización entre los trabajadores no calificados. A la fecha vamos por la cuarta revolución industrial y, desde aquella primera, toda suerte de agoreros alzó su voz y su pluma frente a los avances de la ciencia y la tecnología. Las predicciones y las previsiones fueron desparejas; algunas se pasaron, otras se quedaron cortas. Pero no cabe duda razonable en punto a que niveles crecientes de conocimiento, sofisticación y adaptabilidad son necesarios para poder ganarse la vida. Al almacenero lo desplazó el súper. Al súper lo desplaza la compra por internet. En este escenario ineluctable, no habrá piquetes en la puerta de las tiendas, porque no habrá tiendas. Fuecys será un anacronismo; pobres cajeras. Y pobres también los bancarios, las telefonistas, los repartidores, los agentes de viaje, las secretarias, los contadores, los abogados, los cirujanos, las tejedoras, los zapateros, los mozos, los mecánicos. Pobre el 70% de los uruguayos que no termina secundaria, condenados inexorablemente a la desesperanza. Pobre Wilson Netto, cuya memoria será execrada. Pobre Celsa, tan rubia y tan lacia. Pobre, patética, María Julia Muñoz. Pobres, marginales, anónimos para siempre los dirigentes del magisterio. Pobre Mujica que se juntó con Soros y con Rockefeller pero no le dieron el Nobel. Pobre Vázquez que no le da la nafta pero le faltan 3 años. Pobre Uruguay.
Alerta naranja
Exactamente este es el ambiente que hace posible a Trump. Téngase presente.