Terminada una presentación política, los más interesados suelen quedarse a prosear otro poco con el orador de turno. En una ocasión se quedó hablando conmigo un militar retirado, oficial con estudios, bien formado, y me dijo algo que me cayó como un bombazo: “Lo que Ud. no entiende, es que la guerra continúa”. Yo le contesté que no me parecía…; que yo no estaba en guerra con nadie; que podía discrepar reciamente con la coalición gobernante, pero que no quería eliminarlos, sólo ganarles en las urnas y gobernar mejor; que no éramos enemigos sino adversarios políticos, con ideas distintas de cómo alcanzar la felicidad colectiva, pero dentro de un marco común que primaba sobre nuestras discrepancias: democracia, república, libertad. Que el país había aprendido la lección y no quería más guerras, que los mismos que se habían alzado en armas contra la democracia hoy ocupaban cargos de gobierno por la voluntad popular, que bla, bla, bla. Intercambiamos argumentos, pero no nos pusimos de acuerdo.
Dime con quién andas
En estos días, la posición de bolches y tupas (PCU, MPP & Asociados) y de sus organizaciones copadas (las más famosas el PIT-CNT y la FEUU) respecto al gobierno represor de Venezuela, me trajo a la memoria la lúgubre sentencia de aquel militar retirado (“La guerra continúa”). Ocurre que si hasta hace unos días algún boleado podía discutir la condición democrática o dictatorial del régimen que encabeza Nicolás Maduro, ahora están los muertos, que ya son ocho, caídos en las manifestaciones y protestas populares reprimidas por las fuerzas de seguridad, que responden a Maduro y a la mafia que viene saqueando con todo éxito a ese pobre país. (Tanto han robado, que fundieron a una tremenda compañía petrolera como PDVSA, dueña soberana de una de las principales reservas de petróleo del globo terráqueo y de una cadena de 6.000 estaciones de servicio desparramadas por todo EEUU). (La condición de delincuentes comunes de los gorilas gobernantes será, creo, la principal dificultad para cualquier transición hacia el post-chavismo: o pactan amnistía general, o todos huyen del país, o terminan todos presos; hipótesis la última de imposible cumplimiento, porque ellos mismos son los jueces y los carceleros).
En efecto, los bolches y los tupas, y toda su corte de asalariados ideológicos (y aún peor, la cohorte de sus “socios estratégicos” en el Frente Amplio; los otros al menos cobran a fin de mes), todos ellos, digo, apoyan explícitamente a Maduro&Cía. Como apoyaron a todos y a cada uno de los sátrapas soviéticos, y a los de sus satélites europeos, y a la versión tropical cubana. Como apoyaron a los milicos golpistas en el amargo febrero de 1973. ¿Cómo puede incurrirse en tal indecencia? Léase el comunicado del PIT-CNT de fecha 19 de abril de 2017, calientes todavía los cuerpos de los últimos asesinados por el chavismo-madurismo, y júzguese si esa basura ideológica se explica de otra manera que no sea por fiebre de poder.
Houston, do we have a problem?
Duverger enseñó que la grandeza de la democracia está, paradójicamente, en su debilidad: para ser democracia, debe permitir en su seno aún a aquellos que propician su destrucción. Agregaba el maestro que si los demócratas estaban 90-10, no había problema; que si la relación era 70-30, había fricciones; pero si era 50-50, se armaba cocoa. Y la experiencia histórica enseña, irrefutablemente, que la cocoa termina en dictadura, de izquierda o de derecha. ¿En qué punto estamos en Uruguay? ¿Estamos a salvo de la cocoa y de la inevitable dictadura consecuente? A juzgar por los guarismos electorales desagregados por sublemas, grupos o listas, estamos en zona de fricción. Según la herencia intelectual del Sordo González, el país está dividido (más o menos) en mitades: de un lado el FA y del otro, los otros. Entre los otros, NO hay grupos declaradamente antidemocráticos. En el FA (y su puntero izquierdo, AP), en cambio, SÍ los hay, tupas y marxistas de distinto pelo, declarados o disfrazados, por definición teórica y por praxis histórica, profundamente antidemocráticos. Estos grupos son mayoría en el FA (por estricta e indiscutible voluntad popular), pero además en ellos anidan las “minorías intensas”, que multiplican exponencialmente su influencia a través de su militancia leninista en espacios decisivos. ¿Estamos en riesgo de pasar a zona de cocoa? Yo diría que NO, pero básicamente porque no hay quien la financie (ni a la cocoa ni a la dictadura consecuente), y no por la inconmovible convicción democrática de la mayoría abrumadora de los uruguayos. Digo: no la hubo en el 73, cuando estábamos 45 años más cerca del Uruguay mítico, ¿por qué la habría ahora? (de hecho, Latinobarómetro advierte el descenso en las adhesiones democráticas de toda la región y, naturalmente, también de este país, que no es tan excepcional como queremos creer).
Pero sí, tenemos un problema
A los chavistas criollos no les da la nafta para hacer la revolución socialista. Pero sí les da la capacidad de daño para mantenernos en el barro del eterno empate. La infraestructura social y material de este país sigue siendo la que edificaron los partidos históricos durante sus años de hegemonía previos a la dictadura, y en los cuatro gobiernos posteriores. Los 27 años de gobierno frenteamplista en Montevideo son evidencia palmaria de su incapacidad de construcción. Pero los 12 años que llevan de gobierno nacional, dan cuenta también de aquella capacidad de daño: el 70% de los uruguayos no termina secundaria; hay 11.000 presos; el sistema de salud tiene un déficit estructural del 25%; el sistema vial está colapsado; las vías férreas están colapsadas; PLUNA colapsó; ANCAP colapsó; alcanzamos el mayor registro histórico de déficit fiscal; la deuda externa se multiplicó por 3; metieron 70.000 funcionarios públicos adicionales; la lechería está fundida; la industria de la vestimenta está fundida; la industria alimentaria está fundida; se consagró la monoproducción forestal; la corrupción alcanzó a todos los niveles y a todos los grupos y sectores del FA: los casinos de Bengoa, el remate de Lorenzo y Calloia, la regasificadora de Mujica, la ANCAP de Martínez, el título de Sendic, las contrataciones de Arismendi, la Venezuela de Placeres, Torena y Aire Fresco, el avión de Vázquez; y de yapa, el plan de viviendas de Abdala y Castillo. Cartón lleno. De modo que no es inminente la patria bolivariana, pero sí, tenemos un problema. El consuelo de tontos podría ser que no es mayor al que tienen los venezolanos con Maduro, o los brasileños con Temer, o los gringos con Trump, o los rusos con Putin, o los franceses con Le Pen, o los españoles con Iglesias, siguen firmas…
Columna publicada en Montevideo Portal.