Hoy se cumple un nuevo aniversario del golpe de estado perpetrado el 31 de marzo de 1933 y del gesto heroico con el que, ese mismo día, Baltasar Brum sacrificó su propia vida con la esperanza de contribuir así a un más rápido restablecimiento de la institucionalidad democrática.
En el golpe de estado mismo, sus autores, coautores y cómplices, no vale la pena detenerse; como dijera hace décadas Amílcar Vasconcellos, “Terra está muerto hasta para nuestro odio”.
Lo que nos sigue convocando a la admiración, la gratitud y el homenaje es el gesto de Brum.
Mucho antes de que se desencadenaran los sucesos del 31 de marzo, Brum había advertido que el rápido deterioro de la situación política podía poner en riesgo a las instituciones. Ante esa eventualidad, había manifestado su decisión de defender el orden constitucional con su vida, si era necesario. Cuando llegó la hora de la prueba, cumplió su palabra y se inmoló. No quiso tomar vidas ajenas, disparando contra los policías y soldados que rodeaban su casa de la calle Río Branco y se disponían a aprehenderlo; ofrendó la propia, convencido de que era necesario que corriera sangre de dirigentes para sacudir la conciencia pública, e impulsado por la esperanza de que su muerte acelerara el proceso de recuperación de la democracia. “Si vivo, la dictadura durará veinte años; si muero, cinco”, le dijo a su hermano Alfeo momentos antes de caminar hasta el medio de la calle, gritar “¡Viva Batlle! ¡Viva la democracia!”, y descerrajarse un balazo en el corazón. No había cumplido aún 50 años.
La figura y el gesto de Brum han sido desde entonces un símbolo de compromiso radical con la democracia, para los ciudadanos en general y para los batllistas en particular. La sombra luminosa de Brum impulsó a quienes buscaban la salida del llamado “régimen de marzo” de 1933, así como a quienes trabajamos para que la democracia sustituyera al “proceso cívico-militar” iniciado en 1973. Cuando después del triunfo del No en el plebiscito de 1980 comenzó lentamente el deshielo de la vida política en el país, la emblemática fotografía de Brum, parado en la puerta de su casa el 31 de marzo con un revólver en cada mano, reapareció silenciosa y triunfal en la Casa del Partido y en torno a ella volvimos a reunirnos los batllistas.
Pasaron ya más de 30 años desde el restablecimiento de la democracia y se han sucedido tres partidos políticos en el ejercicio del gobierno; no es preciso evocar a Brum para resistir cuartelazos policiales como el de 1933, ni militares como el de 1973. Sin embargo, aquel sacrificio heroico sigue diciéndonos mucho a los uruguayos de hoy.
Más allá y por encima de la eterna discusión filosófica acerca del suicidio y su calificación ética, es innegable que Baltasar Brum creyó plena y radicalmente en los ideales que proclamaba. Se decía demócrata y batllista y lo era realmente, sin reservas ni condiciones; y por eso, cuando sintió que la mejor manera de servir a sus ideales era dar la vida por ellos, lo hizo. Se podrá estar de acuerdo o no con Brum, con lo que quiso para el país y con lo que hizo con su vida; pero no se puede discutir la autenticidad de su compromiso y el alto valor que atribuía a sus ideales; tan alto, que entendió que se justificaba dar la vida por ellos, y la dio.
Es preciso que el ejemplo de Brum sacuda una vez más la conciencia nacional, pero ya no para convocarnos a luchar contra regímenes de fuerza que han quedado felizmente en el pasado, sino para incitarnos enérgicamente a rechazar la política sin ideales y los proyectos electorales que se parecen más a un plan de negocios que a un compromiso con la gente de este país, con su historia y su futuro.
En una república digna de ciudadanos como Brum, los dirigentes o quienes pretenden serlo no cambian de partido como quien cambia de camisa, ni siguen a un líder en función de su billetera; es así como se pierde el respeto de la ciudadanía y se debilita la confianza popular en las instituciones.
La política se hace digna cuando la inspiran convicciones profundas, cuando no es un “plan B” para quienes preferirían otros destinos, ni un entretenimiento frívolo para quienes se aburrieron de ganar dinero en otras actividades.
¡Viva Brum! ¡Viva Batlle! ¡Viva la República!