
El cardenal Daniel Sturla insistió públicamente el domingo 4 con su planteo de que se construya una capilla católica en la base Artigas de la Antártida. Los militares católicos que prestan servicios en el continente helado así lo solicitan, dice el prelado (que sin embargo no aclara cuántos son los solicitantes).
Cansa un poco repetir siempre lo mismo, pero en la medida en que el cardenal insiste, debemos hacerlo nosotros también: el Estado uruguayo “no sostiene religión alguna”, porque así lo dispone el artículo 5 de la Constitución. Construir un templo para una religión, o aun solamente mantenerlo, sería obviamente contribuir al sostenimiento de esa religión, que es precisamente lo que el Estado uruguayo no puede hacer. Los militares católicos tienen derecho a practicar su religión, sin duda, pero no a pretender que el Estado les construya un templo para ellos, con recursos provistos por contribuyentes que pueden ser creyentes de otras religiones, agnósticos o ateos.
El deslinde entre el Estado y las iglesias había quedado claro ya en la Constitución de 1917, la segunda que el país tuvo. Cien años después de aquel gran acierto nacional que fue la separación entre lo que es del César y lo que es de Dios, el cardenal Sturla se ha empecinado en perforar la Constitución para reinstalar a su iglesia en el espacio estatal. Estatal, decimos, y no público, porque al espacio público accede la Iglesia Católica cuando quiere (procesiones, misas al aire libre, peregrinaciones, etc.), sin problemas. Lo que se busca es entrar en los terrenos municipales con la estatua de la virgen, entrar al Hospital de las Fuerzas Amadas con un insólito “departamento de asuntos religiosos”, entrar a la base Artigas de la Antártida con una capilla. Seguramente el gran objetivo es entrar al Presupuesto Nacional, obteniendo financiación para los centros de enseñanza católicos.
Los uruguayos de todos los partidos debemos defender la laicidad republicana. Sin ofender a nadie, pero sin ceder tampoco ante el empecinamiento de algunos por hacernos retroceder cien años.