El pasado viernes 30 se realizó otra Marcha de la Diversidad por la Avenida 18 de Julio. Decenas de miles de personas, mayoritariamente jóvenes, caminaron pacífica y alegremente desde la Plaza Independencia hasta la Explanada Municipal. No hubo incidentes; la marcha transcurrió en un clima festivo, sin autos dañados, ni vidrieras rotas. Se reivindicaba el derecho de cada uno a vivir su propia vida libremente, en un marco de respeto y tolerancia de todos hacia todos. “Liberalismo en marcha”, pudo haberse titulado la crónica de la jornada.
En las redes sociales, la generalidad de los comentarios trasuntó simpatía por el episodio que comentamos, y es natural que así haya sido; cuesta imaginar que una demostración juvenil y dicharachera, con mucha buena onda y nada de agresividad, pueda suscitar otra cosa que simpatía.
Pero generalidad no quiere decir unanimidad; algunos dieron la nota, y tanto en Twitter como en Facebook procuraron contraponer diversidad y seguridad, como si fueran términos opuestos. “Esperamos que los que marcharon por la diversidad participen también en las marchas por seguridad”. Frases de este tenor se repitieron en varios comentarios.
Lo primero que a uno se le ocurre es que hay muchos que olvidaron a Vaz Ferreira, o que quizás no lo leyeron nunca, y que por eso caen y recaen mil veces en los “paralogismos de falsa oposición”: se expresan como si la diversidad estuviera en contradicción con la seguridad, o como si manifestarse a favor de una debiera hacer suponer que se desconoce la importancia de la otra. Es tan evidente que no hay tal oposición, que no vale la pena perder tiempo en demostrarlo.
Quisiéramos equivocarnos, pero suponemos que detrás de la falsa oposición lo que hay realmente es una profunda hostilidad hacia la diversidad, que no osa decir su nombre. A esta altura de los tiempos la intolerancia frente a la pluralidad de las opciones sexuales está, felizmente, mal vista. La homofobia ya no se puede exhibir sin sufrir una fuerte censura social. La discriminación puede llegar a configurar delito. Es por eso que el desahogo, para algunos, está en hacer comentarios como los que señalamos. Lo sentimos por ellos. La amarga indignación que sufren ante un cambio social y cultural que no pueden entender, ni impedir, es el castigo al que los condena su propia intolerancia.