La tragedia en las calles, a la orden del día.
La ciudad convertida en un auténtico pandemónium.
La gente harta, por la inacción del gobierno, comienza a aborrecer a los responsables y a querérselo demostrar.
Las declaraciones del Ministro, que ni remotamente asume el rol que le corresponde, por el cargo que ocupa. Sus recomendaciones fuera de lugar: Enfrentarse al delincuente deja malos resultados… con un arma a la vista no es conveniente resistirse.
Y un dato de la realidad, que nadie ha desmentido aún: tantos han sido los homicidios de las últimas semanas, que ya se habría alcanzado, en lo que va del año, el total de los ocurridos en todo 2011.
Describen un cuadro espantoso, propio de la famosa obra de Dante.
Predicar la moral en calzoncillos
Aunque a nadie sorprende la forma de ver las cosas, por parte del Ministro (su catadura moral es bien conocida y su pasado también), sus manifestaciones a los medios, siempre estridentes -a medida que crece entre la gente, el desprecio por él- se han tornado agrias, más aún de lo que se puede soportar.
Es que, parece empeñado en arrojar sal y vinagre a las heridas.
Su afán por falsear la realidad, con total irresponsabilidad -maquillando las estadísticas, para dar a entender por cierto, lo que no es- lejos de convencer, genera un fuerte sentimiento de rechazo y de antipatía hacia su persona.
Es cierto que no es preciso ser simpático para ser un buen ministro de interior, pero en este caso, ya que como atornillado al cargo, no admite que le ha llegado la hora de renunciar, por su pésima gestión, bien haría en callarse.
Sus recomendaciones no son bien recibidas, nadie deja de saber de quien vienen.
Lo suyo es como salir a predicar la moral en calzoncillos.
El teatrillo de la política
Pero como si no bastara con el drama de sangre que nos toca vivir, a causa de la inseguridad; salen a relucir los aspectos más miserables de la política.
Planteada con buenas razones, la interpelación al ministro responsable de la seguridad ciudadana, el senador electo por el Partido Colorado –transfugado al grupúsculo del empresismo– niega su voto a la interpelación, retirándose al momento de votar.
Aprobado el llamado a sala, el senador Larrañaga, consciente, de que no cuenta la oposición, con los votos para la censura, promete seguir hasta las últimas consecuencias. Y en el colmo de la extravagancia, el también senador Bordaberry, da un paso más allá y pide el adelanto de elecciones parlamentarias, como si estuviera entre sus potestades hacerlo, o como si fuera la nuestra, una democracia parlamentaria a la europea.
Es sabido que existe en la Constitución de la República, para el caso de censura a un ministro -luego de un engorroso trámite parlamentario, nunca antes recorrido hasta el final- el procedimiento por el que, el Presidente puede imponer su voluntad, mantener al ministro censurado, disolver la cámaras y en seis meses llamar a elecciones, para elegir un nuevo parlamento que dirima el pleito entre ambos poderes.
Ciertamente no es este el caso. Seguramente no van a estar los votos para la censura, menos aún para la consecución del proceso hasta sus últimas consecuencias.
Aunque el senador colorado puso énfasis en su llamado a elecciones parlamentarias -casi, pasando por alto la disolución de las cámaras– el fantasioso planteo (un ardid, más efectista que efectivo, utilizado con frecuencia en el pasado por el Frente, y siempre mal visto por los Partidos Fundadores) en boca de un Bordaberry, cayó como si fuera, justamente la viuda, la que sacara el tema de la soga.
El partido de gobierno por su lado -siempre listo para trepar a las tablas y representar un clásico entremés, escrito en prosa y leído con la voz sonora (abultada para que parezca más grave e imponente) de Javier Miranda– interpretó (o mejor, quiso hacer creer que interpretaba) que lo que proponía el senador colorado, era un golpe de estado.
La grotesca sobreactuación, representada por un elenco de actores secundarios, -antes de entrar al aire-aún en medio de la gravedad que pretendía dársele al tema, fue precedida de expresivas risotadas de los protagonistas.
A continuación, el PIT-CNT primero y la FEUU después, como tentáculos del partido de gobierno que son, sumaron sus voces a la pantomima oficial.
Y finalmente la senadora Xavier, en insolentes declaraciones a la prensa, salió a opinar que el líder de Vamos Uruguay debería irse de la política; y éste en una interminable sucesión de pifias -con el aire altanero que lo caracteriza- siguió empeñado en explicar, porque dijo lo que no era conveniente decir, no obstante haber dicho lo que sí quería decir.
Hasta que no consigan imponerse los más esclarecidos y sensatos, sobre el teatrillo de la política, seguirá creciendo el desencanto por la actividad pública; la que en una sociedad de hombres y mujeres libres debe resolver las naturales disfuncionalidades que plantea la convivencia colectiva.
Es evidente que no hay razones tampoco, para esperar que esté próximo, el fin del drama de la gente; el drama de la última semana que certeramente Leo Haberkorn, resumió como, Siete días de sangre, dolor, muertes, cacerolas y piojos.