10 diciembre, 2024

La violencia nacional

Por Miguel Manzi

Promediando el tomo 3 de «Orientales – Una historia política del Uruguay», obra mayor de Lincoln Maiztegui, me topé con el discurso que pronunció el Gral. Aviador (R) Óscar D. Gestido el 1º de marzo de 1967, al asumir como presidente de la República. La pieza me causó una hondísima impresión, bajo la cual escribo estas líneas. El texto fue profético en su momento y hoy es estremecedor, por las reinterpretaciones posibles que con poco esfuerzo le devuelven dramática actualidad. Como mínimas referencias para los lectores más jóvenes (caso que los hubiera), anoto que en noviembre del año anterior, 1966, se habían celebrado elecciones en las que, además de la renovación de autoridades, se votó la reforma de la Constitución: en lo más característico, para volver al sistema presidencialista, abandonando el ejecutivo colegiado, que había regido en los dos últimos períodos (1958-1962 y 1962-1966) bajo mayorías del Partido Nacional. En el 67 el país ardía: los tupamaros ya habían matado y contaban muertos entre sus filas; la economía se desbarrancaba después de dejar largamente atrás el boom exportador ambientado por las guerras mundiales y coreana; la agitación sindical y estudiantil era incendiaria; la respuesta de los gobiernos blancos fue de línea dura; sectores del Ejército insinuaban intenciones golpistas.

El discurso de Gestido

Léase ahora lo que dijo Gestido (tomado de Maiztegui): «No hay Constitución, no hay Parlamento, no hay gobierno, por honesto y capaz que sea, que puedan salvar un país que no quiera salvarse. La coyuntura política, como toda coyuntura, es transitoria, efímera, y no debe nunca oscurecer la verdadera perspectiva, que es la marcha del Uruguay hacia el futuro. (…) Si el pueblo uruguayo no toma conciencia de que no hay organización jurídica ni sistema de represión, por brutal que sea, que pueda sustituirse a una sociedad que no está dispuesta a coexistir pacíficamente como una sociedad civilizada, entonces todos nosotros, y desde ya, debemos saber que no hay salvación posible. Si el pueblo uruguayo estuviera dispuesto a despedazarse; si el pueblo uruguayo estuviera dispuesto a convertir la sociedad uruguaya en una agrupación de tribus, cada una luchando por sus intereses, en una regresión a la más brutal ley de la selva, para satisfacer intereses sectoriales, sin tener presente los intereses de la comunidad, entonces tendríamos desde ya que declarar todos los uruguayos que somos irrecuperables. Las coyunturas políticas, las coyunturas económicas, insisto, son esencialmente transitorias y tienen solución por la acción concertada de los hombres de buena voluntad. Pero hay algo que la historia demuestra más allá de toda duda, y es que hay sociedades condenadas a la desaparición, porque están minadas en su mentalidad, porque por su manera de pensar y su manera de reaccionar están más allá de toda posible recuperación. Sociedades donde los intereses de cada grupo se anteponen al interés nacional no pueden sobrevivir, aunque tengan un gobierno de dioses. El Uruguay tiene, tan solo tendrá, un gobierno de hombres. Si el pueblo uruguayo quiere suicidarse, no habrá gobierno que pueda impedirlo; si el pueblo uruguayo quiere salvarse, está en sus manos, y en las de nadie más, el hacerlo». Gestido remató su discurso con una frase de esperanza: «Yo estoy seguro que el pueblo uruguayo quiere y va a salvarse, y con ello salvará a las futuras generaciones». Se equivocó Gestido, el pueblo uruguayo se suicidó: los años inmediatos presenciaron una sangrienta escalada de la guerrilla tupamara, desaforadas protestas sindicales y estudiantiles, reacciones autistas de la dirigencia política y al cabo, en 1973, el zarpazo de la dictadura militar, que terminó de enterrar a la libertad, la democracia y la república.

«Give peace a chance»

Sintomáticamente, las elecciones de la salida las ganó Julio María Sanguinetti proponiendo «El cambio en paz». Hoy, a 50 años de aquel discurso de Gestido, el país está otra vez (o sigue), enfrentado. Por cierto y por suerte, no con la virulencia demencial de aquellas décadas siniestras, pero enfrentado políticamente en términos de difícil conciliación (el Frente Amplio la dificulta con su discurso dicotómico, «ellos vs. nosotros», condimentado con la tóxica lucha de clases). Y, en grado creciente, también enfrentados en el territorio, en los espacios públicos, socialmente (a cuenta de la inédita violencia civil y el deterioro de los términos de convivencia, a la marginación y al delito, que prosperan tras 27 años de gobiernos montevideanos y 12 años de gobiernos nacionales frenteamplistas, disfrutando de la mayor bonanza económica registrada nunca, y de mayorías parlamentarias, apoyos sindicales y hegemonía cultural como el país no conoció en su historia). Todo a despecho de las invocaciones místicas de un par de predicadores de feria ungidos presidentes. ¿Que estos párrafos también son maniqueos? Deben ser, yo soy apenas un uruguayo sesentón, con inocultables reflejos atávicos. Y aún sin renunciar a mis deberes actuales, aún comprometido con la búsqueda en paz del destino común, a diferencia de Gestido mi apuesta esperanzadora es que las futuras generaciones vengan a redimirnos (y que por favor se apuren).

 

Columna publicada en Montevideo Portal.

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