
Fue durante la boda de Peleo y Tetis que uno de los dioses se percató, que en el elegante centro de mesa, colmado de deliciosos frutos, había una manzana dorada que estaba reservada para la más agraciada de las mujeres.
Cuenta la leyenda, que enteradas del hallazgo divino, Afrodita, Hera y Atenea se lanzaron prestamente sobre la mesa, para apropiarse del codiciado fruto, desatando una trifulca de tales proporciones que derivó en la Guerra de Troya.
Pero no es el episodio mitológico que quiero evocar. Tampoco a la manzana, sino a la naranja de la discordia.
El domingo 27, se cumplieron 50 años de aquel último domingo de noviembre (también 27) de 1966, en que los uruguayos decidieron enmendar la Constitución.
Aunque habían varias opciones reformistas, la Naranja, que representaba la abolición del Colegiado -la idea más querida por Don Pepe a lo largo de toda su portentosa obra- fue la que encendió el gran debate nacional.
Habían gobernado por casi un siglo los colorados (93 años), cuando ganó el herrerismo por primera vez en 1958, y luego los ubedistas en 1962. Pero fue tan desastrosa la gestión de los dos períodos blancos que hoy, a medio siglo de aquellas administraciones, no ha habido estudioso del tema que la intente vindicar.
Seis días antes de aquellos recordados comicios, El Día, editorializaba: El Partido Colorado va a la lucha y a la victoria. Sintiendo su responsabilidad en el umbral del último tercio del siglo XX. Sabiéndose hacedor del destino de las generaciones de hoy y de mañana, sancionará a los blancos con un voto abrumadoramente adverso.
Por su parte Acción, en su editorial del lunes previo, opinaba: El Uruguay ha vivido en estos ocho años una tremenda experiencia que le ha costado al país muy duro precio. Todo lo que se ha forjado con trabajo y sacrificio se desmorona en forma increíble. Valores patrimoniales como el Banco República que parecían inmutables, tiemblan hoy hasta sus cimientos. El caos económico, la intranquilidad social, la desocupación y un costo de vida insoportable. La ciudadanía deberá decidir si seguimos el despeñadero.
Si bien, quitar a los blancos del gobierno, se había convertido -según El Día– en un imperativo de conciencia para los colorados, la mayor discordia se había planteado por la reforma constitucional.
El viejo Contubernio
Los tres hijos de Don Pepe ya habían muerto por ese entonces (Lorenzo en el 54, Rafael en el 60 y el último César, apenas seis meses antes de la elección) y su sobrino, el expresidente Luis Batlle Berres que había prometido ser leal al tío Pepe mientras viva -tal cual lo recordara, el pasado sábado en su oratoria, el ex presidente Sanguinetti en la reinauguración de la Sala de la Convención– también había muerto dos años antes.
El diario El Día, convertido en el último bastión del Colegiado, proclamaba su lista al Consejo Nacional de Gobierno, entre los que sobresalían venerables ciudadanos batllistas, como Ledo Arroyo Torres, Renán Rodríguez, Eduardo Acevedo Álvarez y Enrique Rodríguez Fabregat.
Los que basados en una sólida fundamentación, arraigada en la idea original de Batlle y Ordóñez, recreaban memorables artículos, breves ensayos y discursos de su prodigiosa sabiduría: El proyecto es el resultado de mi experiencia y de mi amor al bien; ¡Viva la monarquía!; A nuestros obreros; y la demoledora batería argumental de Carta de Juan Verdad, se constituían en la imbatible muralla del Colegiado.
En el otro frente los promotores de la vuelta al presidencialismo, los mismísimos Jorge Batlle Ibáñez y Julio Ma. Sanguinetti, director y subdirector del diario Acción, plenos de vigor a los 40 y 30 años de edad, descargaban inteligentes ráfagas de artillería a favor de la abolición del Colegiado.
Pretendían con la Reforma Naranja: Evitar la atomización partidaria que (según decían) propicia el Colegiado;
Afianzar la democracia, fortaleciendo al Ejecutivo, para prevenir el surgimiento de regímenes de facto, dictaduras militares o fascistas. (Reinstalado el presidencialismo, siete años después, el 9 de febrero de 1973, los militares iban a tomar el poder).
Proveer de mayor eficiencia al Poder Ejecutivo y de fuerza institucional al Poder Legislativo.
Nuevos actores habían vuelto a poner en escena al viejo Contubernio. Casi la misma versión, que en 1916 se había alzado contra Batlle. Cincuenta años después -alguno de ellos de buena fe con integridad y rectitud que se les reconoce- volvían a derrotarlo: más de la mitad del Partido Colorado, la mayoría de los blancos, los cívicos, un sector de los democristianos y el infalible Ruralismo, juntaron sus fuerzas y consiguieron asestarle un duro golpe en las urnas.
Partidario entusiasta
Los resultados obtenidos con la recordada Reforma Naranja, a medio siglo de implantada, han estado y seguirán estando a la vista, para la consideración de las generaciones.
No existen ideales malogrados, ya de una vez y para la posteridad, tampoco el Colegiado.
Hay jóvenes y siempre los habrá dispuestos a consagrar su vida a un ideal, y a dar testimonio, y a descubrir las necedades de su tiempo.
Prefiero hacer mías las palabras del gran amigo del Uruguay, el socialista argentino Alfredo Palacios, el que -refiriéndose al Ejecutivo Colegiado- sin el más mínimo reparo, se declaró, Partidario entusiasta. Aunque esa idea a los ojos de los que hacen culto de los viejos cánones sociales y políticos, pueda aparecer como peregrina.