Hoy se conmemora un nuevo aniversario del nacimiento de don Domingo Arena, siendo una ocasión propicia para recordar al íntimo amigo de Batlle.
Domingo Arena nació en Calabria, región del sur de Italia, el 7 de abril de 1870. A los siete años llegó con su familia a Uruguay, y se radicó con ella en Tacuarembó. Signado por la emigración familiar de una Italia convulsionada por las luchas por la unificación y el naciente nacionalismo político, así como por las ideas socialistas y anarquistas. Enfrentado desde muy joven a la pobreza y las necesidades, Arena se convirtió en un hombre verdaderamente singular. Caracterizado por un profundo romanticismo y humanismo, cualidades que lo acompañaron toda su vida, don Domingo es hasta hoy el más unánimemente respetado y querido de los colaboradores de Batlle. Paradigma del inmigrante exitoso y de la movilidad social ascendente del país del éxito, Arena es una referencia ineludible para todos los batllistas y para todos los uruguayos que abracen con calor las ideas de libertad y de justicia.
Durante su niñez y adolescencia en Tacuarembó, Arena se dedicó a distintas actividades simples de aquel interior profundo y rural. Fue jornalero, peón de pulpería y changador. Pero el joven e inquieto Domingo no se conformó con ese destino. Cuenta Arena en su último reportaje, realizado por Lorenzo Batlle Berres, con motivo de los festejos del cincuentenario de El Día en 1936: “…Cansado de fundirle negocios a mi pobre padre, pensé un día venirme a Montevideo, decidido a estudiar (1889). Coincidiendo con esta firme determinación mía, el gobierno dictó una ley, según la cual todo estudiante que hubiese cursado hasta séptimo año de instrucción primaria podía ingresar a la Universidad. Yo, aun cuando había ido poco a la escuela, pues lo que más sabía me lo había enseñado el cura del pueblo, decidí, sin embargo acogerme a dicha ley, y para conseguirlo le eché el ojo a un viejo y buen maestro que había en Tacuarembó. De inmediato me di a cultivarlo, abrumándolo con atenciones y regalos, pues proveyéndome de botines en la zapatería de mi padre, calcé gratis al maestro, a su mujer e hijos, con tal prodigalidad que, a los pocos meses, partía yo para Montevideo ¡dueño del certificado salvador!”.
Arena llegó a Montevideo y comenzó a estudiar en la Facultad de Medicina, recibiéndose de farmacéutico. Luego estudió Derecho, obteniendo con brillantes calificaciones el título de abogado. Para costear sus estudios, debió trabajar. Primero lo hizo como empleado de la Fiscalía en lo Civil de Montevideo. Más tarde ingresaría a El Día, primero como cronista, después reportero, hasta llegar a ser editorialista y director del diario conjuntamente con Pedro Manini Ríos. Antes de dedicarse de lleno al periodismo y la actividad política, desarrolló una breve pero reconocida carrera literaria. Fue diputado en varias legislaturas por Tacuarembó, Soriano y Montevideo, y Presidente de la Cámara en varios períodos. Fue senador por Montevideo, reemplazando a Batlle y Ordóñez, cuando este renunciara a la banca para ocupar la Presidencia de la República en 1903. Fue un destacado miembro de la Asamblea Constituyente de 1917, y formó parte del primer Consejo Nacional de Administración, de 1919 a 1925. Como legislador, impulsó gran parte de la profusa legislación social del primer batllismo.
Su acercamiento a El Día se dio a través de Carlos Travieso y Arturo Santa Ana, redactores del diario. Arena visitaba frecuentemente a sus amigos en la redacción de El Día, y debido a la insistencia de Travieso, comenzó escribiendo crónicas teatrales y policiales. En determinado momento se produce una huelga en El Día y renuncian varios redactores, con la excepción de Travieso y Santa Ana. Es entonces cuando Arena ingresa definitivamente al diario y luego, a través de sus crónicas, llama la atención de Batlle. Con el tiempo, Batlle y Arena trabarían una profunda y duradera amistad. Durante las presidencias de Batlle y luego de ellas, no hubo otro colaborador de Don Pepe más leal que Arena, ni otro amigo más cercano y confidente. En nadie depositaba más confianza, ni nadie lo podía sustituir mejor que Arena. En “Batlle. Recuerdos, anécdotas, reflexiones”, folleto que publicara El Día en 1930, Arena cuenta una anécdota a mi juicio muy ilustrativa de esa amistad. Dice Arena: “Hace tiempo, paseando con Batlle, al verlo tan erguido, tan fuerte, tan dueño de sí, con apariencia de inmortal, me encaré con él, y le dije en un irreflexivo arranque: ¡Empieza a inquietarme la dolorosa esperanza de que usted me sobreviva! A lo que me contestó inmediatamente con serena convicción: ¡No, eso no puede ser, porque no sería justo, ni me conviene! No sería justo, porque soy bastante más viejo que usted, y es natural que parta antes, y no me conviene porque cuando yo muera, es seguro que usted me hará un artículo, sin duda bueno, que no estoy dispuesto a perderme”.
A pesar de lo que suele sostenerse, Arena no era, en puridad ni exclusivamente, ni un anarquista, ni un socialista. Sin dudas, esas corrientes ideológicas constituían dos de sus principales fuentes. Pero no es posible encasillar a Arena en ninguna de ellas, pues supondría pasar por alto la mayor parte de su obra. Lo que podemos afirmar, sin temor a equivocarnos, es que Arena fue una figura central del Partido Colorado y del Batllismo y que, dentro de ese marco, construyó su propia síntesis en base a las ideas que le influyeron y a la experiencia que la práctica política le dio. En un artículo publicado en 1986 por la revista “Reflexiones del Batllismo”, Javier Bonilla Saus hace un sesudo análisis del pensamiento de Arena. Señala Bonilla: “Más precisamente, nuestro personaje pasa parte de su niñez en una Europa marcada a fuego por lo que fueron los tres grandes debates políticos del siglo XIX: el de la nacionalidad, el del sufragio universal y el de la cuestión obrera. (…) La primera de ellas, la de la nacionalidad, (…) aparece expresada y mediada por un discurso virulentamente estatista. Cuando Arena habla del Estado (dirá que “lo espera todo” de él) nos presenta algo mucho más fundamental que un Estado intervencionista. A pesar de lo que se ha dicho tantas veces, el Estado presente en el discurso de Arena (y que es en gran parte el Estado del batllismo de principios de siglo) no alude a un Estado – Providencia “avant la lettre”. Se trata de un Estado integrador cuya intención distributiva es ante todo instrumental: el país en tránsito a la modernidad es una nación en construcción”. Agrega Bonilla más adelante: “La segunda cuestión que atraviesa ideológicamente los discursos de don Domingo Arena es la de la igualdad. En Europa el tema político de la igualdad se condensó explícitamente en la lucha por la efectividad del sufragio universal. En Uruguay, Arena y el batllismo retomarán la problemática de manera peculiar. Donde no hay estamentos, castas ni privilegios históricamente consolidados, hay no obstante diferencias notorias. (…) Arena aborda la cuestión de la igualdad desde una perspectiva “integradora”. No pone en tela de juicio la existencia de diferencias entre capital y trabajo (…) La tercera temática de la acción política y parlamentaria de Domingo Arena es el de la cuestión obrera. (…) Su opción estratégica es militantemente “reformista” en el sentido en que toda la práctica política del personaje está orientada a propiciar cambios concretos a la situación económica y social de los trabajadores del país. “Reformismo”, “avancismo”, “inquietismo” son denominaciones que el propio Arena utiliza para caracterizar la política del batllismo y su interés radica en que, lejos de ser rótulos doctrinales referidos a paradigma social alguno, funcionan como categorías estrictamente descriptivas de la práctica política del personaje. (…) De manera coherente con este postulado (y en alguna medida de forma premonitoria de lo que son las sociedades occidentales actuales) Arena enfoca su defensa del obrero como un reclamo por un capitalismo mejor y no como una repulsa de éste”.
En su libro “Domingo Arena. Realidades y Utopías”, el Prof. Miguel Lagrotta explicita de forma muy clara la visión que Arena tenía del Partido Colorado. Esta forma de entender al partido conserva, desde mi punto de vista, completa vigencia. Más aún cuando nos enfrentamos a un mundo de cambios vertiginosos e incertidumbres, Arena nos señala la importancia de mirar hacia el porvenir. Sostiene Lagrotta en su libro: “Arena le exigía al Partido Colorado una constante captación de los fenómenos ideológicos, reclama la comprensión de sus correligionarios más conservadores afirmando que el futuro del partido está en el contacto y la vivencia de las ideas avanzadas, el que mejor las comprendiera tendría una ventaja de años sobre sus oponentes. Significaba, entonces, un partido en constante evolución. No renegaba Arena de las tradiciones partidarias, la justicia, la solidaridad y la concepción liberal que marcan al Partido Colorado, pero entendía que todo lo concreto y aplicable a las corrientes ideológicas reformistas debía ser tomado: “El Partido Colorado tiene una magnífica tradición, pero eso no basta. (…) Satisfechas las ansias de igualdad y libertad empiezan a dar su nota predominante las ansias de mejoramiento. Las muchedumbres que hasta ayer no aparecían en escena sino para ir al sacrificio de la guerra, empiezan a hacer irrupción en el campo de la política. (…) La política, como la ciencia, debe estar en continuo movimiento si quiere responder a las necesidades de todos los momentos, y el Partido Colorado, que no quiere dejarse vencer – ¡que no debe dejarse vencer! Tiene que estar constantemente alerta, en perpetua vibración (…) Y si se quiere que no crezcan a su costa el Partido Liberal y el Partido Socialista, debe ser tan liberal como el Partido Liberal y asimilarse todo lo humano, todo lo práctico, todo lo realizable, todo lo que no sea una utopía del Partido Socialista”.
Domingo Arena no era precisamente un estadista, en el sentido estricto de la palabra. Otros hombres del primer batllismo sí tenían esa condición. En el elenco de los colaboradores de Batlle, resalta la figura de José Serrato, como un hombre conocedor de todas las áreas del Estado, con la cuota de realismo y pragmatismo necesaria para encontrar los equilibrios que la conducción del Estado requiere. No era tampoco, según él, un político. A tal punto que llegó a admitir públicamente: “Yo señores, no soy político. Si he de hablarles con franqueza tendré que decir que la política no me hace feliz. A mí idiosincrasia, un poco sentimental, repugna ese perpetuo sacrificio de hombres que impone el buen servicio de las ideas”. Asumiendo ese sacrificio, Arena actuó en política sin despertar rencores ni enemigos. Esta extrañeza se debió, seguramente, a la extraordinaria bondad, que junto a su inteligencia y la pasión por sus ideas, lo singularizaban. Arena fue un ideólogo y un romántico. Como el más idealista de los batllistas, le aportó a ese movimiento una gran dosis de romanticismo. Durante toda su vida, Arena profesó un culto por el hombre y sus derechos que en “El viento y la siembra”, Luis Hierro Gambardella denominó “cristianismo sin Cristo”. Aún un partido esencialmente racional como el nuestro, no debe prescindir de esa cuota de idealismo, porque nos empuja a las nuevas realizaciones, a alcanzar las cumbres más allá. Menos todavía, podemos prescindir de la sensibilidad social, porque nos desnaturalizaríamos, y porque el Uruguay hoy necesita, imperiosamente, de una mirada racional, liberal y progresista sobre los problemas sociales. Domingo Arena nos recuerda, junto al resto de nuestros referentes, que siguen intactas las causas para luchar.
Columna publicada en el Correo de los Viernes.