“Vive en la opulencia, aunque jamás ha figurado como industrial ni se sabe que haya recibido herencia ni legado alguno, no obstante ha administrado durante largos años los dineros del pueblo y es rico, con una fortuna a lo Creso que sabe ostentar a lo Nabab. Su palacio es un portento de fausto; su estancia pasma de admiración; posee valiosas propiedades en la República y fuera de ella y sus carruajes se cuentan por docenas en espléndidas caballerizas. El dinero corre por sus manos como abundante río; remunera regiamente a sus servidores, enriquece a sus amigos y tira el oro casi a la marchanta con la pródiga indiferencia del que no sabe lo que vale. El origen de su fortuna es un misterio, como es también un misterio el destino que da a las riquezas del pueblo”.
Habían transcurrido apenas 23 días de la fundación de EL DÍA, cuando José Batlle y Ordóñez con el filo de su pluma denunciaba con arrojo la forma de vida del dictador Máximo Santos.
Recién había vuelto Batlle, de la infortunada Revolución del Quebracho y con singular brío redactaba estas frases, que eran una síntesis precisa de la corrupción imperante y el anuncio de la batalla de ideas, que por este medio, estaba declarando a la satrapía.
Al comenzar a leer este párrafo, podría uno pensar que se trata de una descripción actual, en la que sólo algunos elementos no corresponden con la realidad. Apréciense las diferencias, que no son muchas: en estas líneas se trata del ciudadano que de facto ejercía la primera magistratura, y no del vice; se refiere a los carruajes, en lugar de a los lujosos coches de alta gama de hoy; y al mencionar la forma dispendiosa de remunerar a los servidores, inmediatamente la asociamos con la manera actual de liquidar los estipendios en ALUR, con una paga extra, en negro. ¡Insólita paradoja ésta, en la que el estado se estafa a sí mismo!
A los que vemos discurrir el día a día, nos resultaría impensable un personaje de la vida real, incriminado casi a diario, al que se le descubren todo el tiempo más y más fechorías. Pero ese personaje existe no es de ficción y es nada menos, que el señor vicepresidente de la República.
Dos osadas escritoras lo han apodado el Hijo Prodigo, en alusión a la parábola bíblica de un joven despilfarrador, que había obtenido la apartación de los bienes hereditarios en vida de su anciano padre, poseedor de una gran fortuna; y años después, luego de haber malgastado hasta la última de las monedas del copioso legado, volvió a vivir a expensas de su progenitor.
El asunto es, que el numerario de la leyenda, no era como en este caso dinero público. Dilapidar la plata de la gente es una falta que nadie está dispuesto a perdonar. Pero si además se miente en forma reiterada y a sabiendas, como se ha podido probar en este caso, sería una infamia que el acusado -con el apoyo de su banda y valiéndose de chicanas y vericuetos- pueda terminar quedando impune.
El Presidente Vázquez mortificado por los acontecimientos un día le retiene la mano al inculpado vice, y al siguiente se la suelta.
El partido de gobierno ya no intenta disimular sus desavenencias: al tiempo que Javier Miranda, su presidente, no sabe como soslayar, en el Plenario, la carnicería –por él mismo- largamente anunciada; los secuaces de la Lista 711 se aprestan para el lance y lejos de pensar en rendir las armas están dispuestos a permanecer sobre ellas, preparados para lo que pueda ocurrir.
En la interna de la coalición, distintos bandos bregan en una confrontación ciega que ha hecho trizas la bandera de la unidad.
El cuestionado vicepresidente que luego de una meteórica trayectoria alcanzo su máximo apogeo apenas saboreó las mieles cuando sorpresiva y raudamente se precipitó hacia su ocaso
Está visto que el que se está hundiendo, a clavo ardiendo igual, se agarra: en su testarudez no acierta en bajarse de su posición, salirse del error y apartarse de la mala vida que eligió. Tan arraigada su egolatría y sus ansias de perpetuarse, no le permiten apreciar el detrimento que causa al partido que prometió lealtad.
Habiendo sido un abnegado estudiante de Genética Humana, como se ha empeñado en hacernos creer, difícilmente haya tenido la ocasión de leer Moral para Intelectuales, de Don Carlos Vaz Ferreira. Es una pena que no haya tenido la oportunidad de atender a sus reflexiones.
Decía el filósofo entre otras muchas meditaciones: “Debemos tener en cuenta que existe un paralogismo al cual todos, estamos muy expuestos: se trata de una de las ilusiones más comunes; y es la de creer que somos personalmente muy indispensables al interés público. Generalmente es una ilusión, que sería ridícula si no fuera triste. No hay tal vez uno de nosotros que no tenga, con respecto a los servicios que presta o que es capaz de prestar, un concepto exagerado y falseado; y muy a menudo de los hombres que para obtener o para conservar un cargo se dejan llevar a deslices morales, se engañan a si mismo, a veces muy sinceramente, con la idea de que obran por la “causa”, por el interés publico. Y difícilmente nos convencemos de que la falta de nuestros servicios personales no alterará muy sensiblemente la marcha de un país o de una sociedad”.
Tampoco debemos ser tan ilusos de creer que las sabias palabras del apóstol del hombre integral, fácilmente iban a germinar en la personalidad de quien, en lugar de sentirse al servicio del interés público, parece dedicado enteramente, sin resquemor alguno, a satisfacer sus apetencias colosales.