
El día de ayer fue bastante paradójico.
Por un lado, asumió la primera Senadora trans del Uruguay. Para mí, un verdadero logro de la democracia. Porque aunque sea difícil asumirlo, en esta sociedad no importa solamente la capacidad, la preparación, la responsabilidad o el compromiso. Lamentablemente, el género, la identidad sexual y la orientación sexual todavía pesan y mucho: para vivir, para educarse, para desarrollarse… ni que hablar de para acceder a los órganos de representación. Tenemos leyes muy loables en sus intenciones y una Constitución que pretende solo nos distingamos por nuestros talentos y virtudes, pero una realidad que es mucho más cruel que nuestros textos.
Esta mujer le ganó a todos los prejuicios y barreras. Rompió techos con capacidad y formación. Y aunque seguramente esté de acuerdo con poco y nada de lo que piense, hoy la diversidad y pluralidad de nuestra sociedad está un poco mejor representada gracias a ella.
Al mismo tiempo, el Parlamento le rindió homenaje a Ernesto Che Guevara. Un autoritario en las antípodas de la democracia, un violento disfrazado de revolucionario. Un tipo que mataba a sangre fría. Que reconocía al odio como motor de su «lucha». Y que además, era un racista y un homofóbico. No me quiero ni imaginar lo que pensaría de nuestra flamante senadora.
Estas son las contradicciones del falso progresismo que nos gobierna. Dogmático, arbitrario y hemipléjico. Yo me quedo con el humanismo de Pepe Batlle, que siendo el Presidente más progresista en la historia del Uruguay, jamás hubiera desprestigiado la democracia aplaudiendo a un hombre que dedicó su vida a destruirla con la más descarnada violencia.