El otro día agarré unos diarios viejos para prender el fuego, y me topé con el suplemento salmón de “El País” del 6 de enero de 2014. El titular que quedó a la vista rezaba “Corriendo por y para Aratirí”, a la sazón una columna de Gonzalo Ramírez. Leerlo y asociar aquella situación con la presente de UPM, fue todo una sola y misma sinapsis. La columna de Ramírez empezaba comentando el anuncio de Mujica, en punto a que un mes más tarde se firmaría el contrato con Aratirí (en estos días Vázquez anunció, por tercera o cuarta vez, que el mes que viene se firmará -algo- con UPM). Y la columna terminaba reclamando que se hicieran públicos los términos del contrato, al menos en lo referente a las obligaciones que asumiría el estado uruguayo y a los compromisos de protección medioambiental que asumiría la empresa (en estos días, la oposición reclama conocer las partes del contrato que no le gustaron a Masoller). El final de la historia de Aratirí es conocido: no solo el gobierno no firmó nada, sino que hace un par de meses Aratirí interpuso una demanda contra el estado uruguayo, por daños y perjuicios derivados de la negociación fallida. Mujica tuvo varios Aratirís: el tren de los pueblos libres, la regasificadora, el puerto de aguas profundas, otros. Vázquez, más pacato, se jugó a UPM y ahora, cuando el sapo ya es inminente, le puso un par de fichas al Mundial. Todo es parte de un enorme, gigantesco fraude, genéricamente conocido como “gobierno progresista”.
El proyecto de país
Cuando en la pasada campaña electoral se vio en riesgo el triunfo del Frente Amplio, Vázquez echó mano a una retórica fuertemente confrontacional, descalificando a sus adversarios y repitiendo que el Frente tenía el único modelo de país, en tanto “la derecha” carecía de proyecto. La propuesta ya no era dejar de pagar la deuda externa, nacionalización de la banca y reforma agraria, sino promover “un modelo de desarrollo agroindustrial, tecnológico y de servicios”, que incorporara el talento y el trabajo nacionales. En el medio, iban a cambiar el ADN de la educación, tanto como en el primer gobierno de Vázquez iban a concretar “la madre de todas las reformas” (la del Estado). De esta última resultaron 70.000 funcionarios públicos adicionales. Del cambio del ADN de la educación hablan los guarismos de egreso del sistema (peores que los de Honduras y Guatemala) y las pruebas PISA. Entonces, ¿qué nos queda? Nos queda UPM, la bala de plata.
El pecado original
El pecado original del F.A. son sus pretensiones refundacionales, tributarias del marxismo-leninismo-cubanismo, en virtud del cual el F.A. iba a parir al hombre nuevo, erguido sobre los escombros de todo lo anterior, desechable y ruin. Tanto, que lo reinventaron con el famoso “relato”, cuyas mentiras fueron repetidas hasta que se consagraron como verdad, incluso impresa en libros y en leyes: que la dictadura empezó en 1968; que los tupas se constituyeron para combatir a la dictadura; que en la crisis del 2002 los niños comían pasto, que si es de izquierda no es corrupto. El conflicto existencial, para quienes mantienen alguna sombra de lucidez y honestidad intelectual, se manifiesta ahora, cuando en la mitad del tercer mandato consecutivo, con mayoría parlamentaria y crecimiento económico, sigue habiendo 150.000 personas en asentamientos (la mitad de ellos menores), el 40% de los niños nacen en pobreza, la desocupación ronda el 7-8% (en los últimos 2 años se perdieron 40.000 puestos de trabajo), cada vez más gente revuelve la basura, salud, educación, infraestructura, inserción internacional, deterioro de la institucionalidad, ¡corrupción!, todo pa’trás. ¿Con qué se traga este completo? Y sí, solo con UPM.
Subir (otra vez) la cuesta
En vísperas del período electoral 2014-2015, después de mucho remar, el Partido Colorado y el Partido Nacional constituyeron el Partido de la Concertación, para acumular los votos de sus respectivos candidatos en las elecciones departamentales. Ni más ni menos que lo que hicieron el Partido Comunista, el Partido Socialista, el Partido Demócrata Cristiano, y los otros partidos, partiditos y partidúsculos que constituyeron el Frente Amplio en 1971. La moderna coalición de los PP.TT. respondió a cierta demanda audible de la ciudadanía, y generó cierta expectativa razonable de éxito electoral. Después, el trámite y el resultado de la Concertación fueron un enorme fiasco (responsabilidad de la dirigencia principal de ambos PP.TT.). Pero pese a ello, tenemos que volver a remar para rescatar del basurero el concepto de coalición opositora. Para las departamentales de 2020 es concebible volver a usar al Partido de la Concertación, ojalá esta vez con el Partido Independiente como tercer coaligado. Para las nacionales de 2019 no lo concibe nadie (ni yo…), y está el balotaje. Sin embargo, como la experiencia lo deja claro, para que en segunda vuelta el bloque opositor funcione como tal, no alcanza con el abrazo que se dan el perdedor y el ganador la noche de las elecciones, ni con la exhortación de las autoridades partidarias a votar por el candidato del otro partido, ni con nada menos que acuerdos explícitos y tempranos, que den certezas (el último eslogan del F.A.) de gobernabilidad con rumbo cierto. Colorados y blancos construimos este país, con más luces que sombras, en un continuado proceso de acumulación, un ladrillo encima de otro, sin balas de plata. En estos años de gobiernos frenteamplistas, colorados y blancos coincidimos mucho más que lo que discrepamos, en el parlamento y en la opinión. La matriz liberal, republicana y democrática en la abrevan ambos partidos los vincula necesariamente, cuando del otro lado las fuerzas mayoritarias, explícitamente, no son ni liberales, ni republicanas, ni democráticas (estas referencias no están de moda -en general lo están solo cuando faltan- pero es obligatorio mantenerlas visibles). Aquella matriz común, sumada a cierta sensación de emergencia nacional, y coronada con indispensables talentos y voluntades políticas, alcanzan y sobran para armar una propuesta común consistente (siempre conservando las identidades partidarias, queda dicho), que transmita a la ciudadanía la confianza en una alternativa de gobierno. A este esfuerzo deberíamos consagrarnos en 2018. (Por cierto, concretar cualquier tipo de acuerdo para el balotaje, no exonera sino que multiplica la necesidad de cada partido de votar bien en la primera vuelta. Pero eso ya es otro tema).
Columna publicada en Montevideo Portal.