El artículo principal del pasado El Economista (número 9006, septiembre 10 al 16), se titula “El arte de la mentira”, e informa sobre el último grito de la moda politológica: la “post verdad”, a saber: afirmaciones que suenan verdaderas (“feel true”), pero no tienen ningún respaldo en hechos (“have no basis in fact”). Y tras enumerar algunos de los tantísimos ejemplos que nos regala la historia, otorga el premio mayor de los mentirosos contemporáneos a Donald Trump. Comenta el artículo que mentiras hubo siempre, pero lo novedoso de la “post verdad” es que no se trata de una falsificación de la verdad, o de una refutación de la verdad, sino que la verdad no tiene importancia, no se toma en cuenta, no es relevante para quien formula el dicho. Las derivaciones son múltiples, ahora destaco solo una cadena: con quienes esgrimen la “post verdad” no se puede discutir; al no poder discutir, prevalece la mentira; el sistema político se torna disfuncional; sus pobres resultados provocan decepción y descreimiento en las instituciones; ese ambiente degradado favorece más mentiras; y se profundiza el círculo vicioso. Si bien mentirosos hay en todas las tribus, la patología estaría más extendida entre los populistas y los autoritarios.
Así no se puede
El título de Sendic sirve como arquetipo, como paradigma, como muletilla, porque su falsedad quedó rotundamente probada; porque Sendic sigue mintiendo en reiteración real; porque Sendic es el vicepresidente de la República y ocasionalmente el presidente; y porque todo el gobierno y todo el partido de gobierno apoyan a Sendic en su mentira. Es tal cual el reino de la post verdad; allí donde la verdad no importa. Pero si bien lo de Sendic es modélico, la escena política está llena de post verdades igualmente groseras. El remate trucho de los aviones de PLUNA es post verdadero: una obra teatral montada para la televisión, con protagonistas, actores secundarios, extras, y toda la parafernalia. El tren de los pueblos libres, el puerto de aguas profundas, la mega minería, el jeque que quería comprar el fusca, las comisiones de intermediarios en Venezuela, los refugiados para el premio Nobel, Mujica entero es una post verdad, un gigantesco fraude, ahora traducido al alemán. Vázquez es menos creativo pero no es más veraz (imposible olvidar aquella declaración cuando fue intendente de Montevideo: “prefiero darle de comer a un niño que tapar un pozo”). Y qué decir del tercer geronte: por Astori habla su esposa, que no vuelca los aportes patronales porque la empleada prefiere trabajar en negro. El gobierno en su conjunto es post verdadero. Y como vimos, con la post verdad no se puede discutir (mucho menos cuando tiene mayorías parlamentarias); y si no discutimos no adelantamos, o aún peor, vamos pa’trás.
Mejores, iguales, peores
El Frente Amplio, los partidos que lo integran y los colectivos que lo apoyan, sostuvieron durante décadas que los partidos históricos representaban intereses contrarios a las mayorías populares, se valían del Estado para enriquecerse, ocupaban cargos con sujetos no calificados para la gestión, en fin, que eran corruptos e incompetentes. Tales pústulas se habrían generalizado al cabo de 150 años de servicio. Pero sabido es que los procesos se han acelerado vertiginosamente, que la historia discurre ahora mucho más rápido, de modo que no puede sorprender a nadie que en apenas 15 años el Frente esté infectado hasta el caracú con las pestes que denunciaba. Resulta que no eran mejores, no eran más virtuosos, ni eran más competentes. Ni en lo técnico ni en lo político, ni en lo público ni en lo privado, ni en lo ético ni en lo estético. Aún, resultaron peores, bastante peores, en virtud del corrimiento de los límites. En efecto, dichos y hechos que no eran admisibles bajo los gobiernos colorados y el blanco, lo fueron y lo son bajo los gobiernos frenteamplistas post verdaderos. Bajaron la vara; ahora vale todo, o valen más cosas que antes. Así, el ciclo de gobierno frenteamplista se agotó tempranamente.
No podemos perder más tiempo
Téngase en cuenta que el muro de Berlín cayó al mismo tiempo que el Frente Amplio ganaba por primera vez en la historia un espacio ejecutivo, tan luego la intendencia de Montevideo. El derrumbe del socialismo real y la consecuente exhibición de sus funestas lacras, dejó al Frente sin referencias ideológicas verosímiles y sin pertenencia a un bloque planetario de gobiernos afines (el bolivarianismo es un tardío y berreta sucedáneo). Los gobiernos frenteamplistas, pues, vienen navegando sin brújula y sin timón, con la inercia del impulso sesentista, cubanista y obrerista que alimentó la utopía refundacional durante todo el siglo XX; a pura post verdad. Pero ya está, se agotó, se acabó. Esta gente no da más, y no da para más. Que vuelvan al llano, que lean, que discutan, que se refresquen, que se reinventen. El país tiene que seguir adelante, no podemos perder más tiempo; lo urgente es cambiarlos. Las reglas electorales, combinadas con los caudales conocidos y esperados, obligan a las colectividades hoy en la oposición a explorar mecanismos de asociación, articulación, coalición, que viabilicen una propuesta para ganar primero y para gobernar después. No imagino otra tarea más importante que esta. Salvo que también renunciemos a la verdad.
Columna publicada en Montevideo Portal.