5 noviembre, 2024

Indiferencia frente a la corrupción

Por Ope Pasquet

Está desde ayer en nuestro país, invitada por el Frente Amplio y el PIT-CNT, la ex presidente brasileña Dilma Rousseff. La Sra. Rousseff hará uso de la palabra en el acto público que realiza hoy la central sindical, y tendrá una serie de entrevistas con dirigentes frenteamplistas -entre ellos, el Dr. Javier Miranda, presidente de «la fuerza política»- y con el Intendente de Montevideo, Daniel Martínez.

El oficialismo político-sindical, pues, ratifica su solidaridad con la ex presidente. El gobierno uruguayo la había apoyado durante el proceso del «impeachment» que culminó con su destitución y se permitió calificar a ésta de profundamente injusta, inmiscuyéndose así en los asuntos internos de Brasil. Ahora se la recibe bajo palio, presentándola como a la víctima de un golpe de estado perpetrado por la derecha neoliberal y el imperialismo yanqui.

Es evidente que, al proceder de esta manera, el Frente Amplio no contribuye a mejorar las relaciones entre Uruguay y Brasil. Todo lo contrario. Rousseff es enemiga declarada del Michel Temer, el actual presidente de su país, que fue su compañero de fórmula en las pasadas elecciones y luego trabajó para destituirla y sustituirla. Al gobierno brasileño, pues, no pueden caerle bien las demostraciones de apoyo a la ex mandataria.

A Uruguay le conviene llevarse bien con Brasil; más aún, lo necesita. Siempre ha sido así, por varias razones. Y es así especialmente ahora, cuando buscamos alternativas comerciales fuera del Mercosur -como el TLC con China, por ejemplo- que requerirán, de una manera o de otra, la aquiescencia de éste.

Cuando decide invitar y agasajar a Rousseff aunque sea al precio de disgustar a Temer, pues, el Frente Amplio demuestra una vez más que pone sus convicciones ideológicas por encima de la política exterior y del interés nacional al que esa política debe servir. La lógica de comité desplazó nuevamente a la lógica de gobierno. Lo que esta última indica es que no hay que involucrarse en las contiendas políticas de los vecinos. Si a algunos militantes les cuesta entenderlo, es tarea de los gobernantes explicárselo. En este caso, no lo hicieron.

La invitación a Rousseff merece además otro reproche, no menos importante que el anterior. Es notorio que la Justicia y la Policía brasileñas están desarrollando una investigación, denominada «Lava Jato», que puso al descubierto una vasta y densa trama de corrupción urdida por empresarios y políticos en torno a negocios ilícitos de montos multimillonarios en dólares. Petrobras era uno de los focos de ese esquema de corrupción; adjudicaba contratos a cambio de coimas, por ejemplo, o pagaba sobreprecios cuantiosos que en parte iban luego a parar a los bolsillos de dirigentes políticos de primera fila, tanto del PT de Lula y de Rousseff, como del PMDB de Temer.

Es importante tener bien presente esto último. La operación «Lava Jato» no se ha detenido ante las fronteras partidarias; alcanza de lleno al PT, pero no se limita a éste. Si para muestra alcanza un botón, baste con señalar que uno de los imputados y separados de su cargo es Eduardo Cunha, integrante del PMDB y ex presidente del Congreso brasileño que desde esa posición operó para impulsar el juicio político a Rousseff. Los grandes empresarios tampoco están a salvo. Marcelo Odebrecht, CEO de la poderosa empresa constructora del mismo nombre, fue procesado y condenado en marzo de este año a 19 años de penitenciaría. También fue imputado Otavio Azevedo, CEO de Andrade Gutiérrez, la segunda empresa constructora de Brasil.

Nadie ha dicho, hasta ahora al menos, que Dilma Rousseff haya participado de esa gran asociación para delinquir que le robó miles de millones de dólares al pueblo brasileño. Lo que no puede negarse es que, desde las posiciones de autoridad que ocupó antes de llegar a la presidencia, no hizo nada para impedir el saqueo ni, mucho menos, para castigar a los culpables. Durante años fue ministra de Minería y Energía y presidente del Consejo de Administración de Petrobras, cargo éste que retuvo aun cuando Lula la promovió a la Jefatura de su Gabinete Civil. Es inverosímil que desde esos cargos no se haya enterado de lo que ocurría a su alrededor. Si no se enriqueció, dejó que otros se enriquecieran. Es cierto que, si hubiera querido impedirlo, habría chocado contra el gobierno del que formaba parte y contra su propio partido, el PT, y no habría llegado nunca a la presidencia de Brasil. Optó por mirar para otro lado, dejó hacer y fue elegida por Lula para sucederlo, como efectivamente ocurrió. Aunque desde el punto de vista jurídico penal no quepa imputarla, desde el punto de vista ético y político no cabe absolverla.

El Frente Amplio y el PIT-CNT han resuelto no darle importancia a estas cuestiones. Tampoco se la dan a las múltiples denuncias de corrupción contra Cristina Kirchner y sus secuaces, hacia quienes siguen demostrando simpatías políticas dignas de mejor causa. Lo mismo con respecto a Maduro y la banda que con él oprime y desgobierna a Venezuela: no sólo no los condenan, sino que los aplauden y se resisten a investigar, desde el Parlamento, los negocios en que puedan estar involucradas empresas uruguayas que salieron de la nada para aparecer súbitamente como intermediarias en operaciones de muchos millones de dólares.

Para el Frente Amplio lo importante no son los actos ni las conductas, sino quién ejecuta unos y otras. Por definición, como explicara en su momento el Licenciado, quien es de izquierda no es corrupto y quien es corrupto no es de izquierda.

Así nada puede salir mal.

Están vacunados hasta contra el remordimiento.

 

Columna publicada en Montevideo Portal.

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