Ya en 1960 el sociólogo estadounidense Daniel Bell anunciaba el fin de las ideologías. Desde entonces fueron muchos los autores que, de una manera o de otra, dijeron más o menos lo mismo. Sin embargo, la realidad no se dio por enterada. Las ideologías siguen vivitas y coleando.
En nuestro país el PIT CNT sigue apegado a su visión marxista del mundo y de la vida. Sus dirigentes siguen creyendo que la lucha de clases es el motor de la historia, que la sociedad se divide entre explotados y explotadores, que el Estado es el aparato de dominación de unas clases sobre otras y un largo rosario de etcéteras; todo eso creen, y en consecuencia actúan. Por eso no puede causar sorpresa que, según informa Búsqueda (No. 1862, página 9), el plan de acción 2016 de la central sindical parta de un análisis de la realidad según el cual lo que se viene es una «agudización de la lucha de clases» en la que se enfrentarán «dos proyectos de país». «(…) Está en juego si las políticas públicas y la realidad económico-social evolucionan para administrar los asuntos del mercado o efectivamente se va a abrir una agenda de transformaciones profundas en el país. Está en juego también si el progresismo se divorcia de la base social principal, que son los trabajadores y el pueblo (…). Nuestro país se debate en la siguiente cruz de caminos: o se encamina hacia un proceso de cambios profundos y de síntesis político-ideológica de los mismos o se pueden generar condiciones para una regresión de derecha. Todo el proceso de acumulación de fuerzas se encuentra de esta manera en una encrucijada».
El documento glosado por Búsqueda no detiene su análisis en nuestras fronteras, sino que lo proyecta al plano internacional. Desde la perspectiva del PIT CNT, la «recomposición de las fuerzas de la derecha» se manifiesta en el triunfo de Macri en Argentina (nuestros sindicalistas extrañan a CFK, seguramente por lo bien que trató a Uruguay), el proceso en marcha de un «golpe de estado» en Brasil (así nomás, sin consideración a los dos tercios del Congreso brasileño ni al Tribunal Supremo de Justicia de ese país) y el triunfo de la «contrarrevolución» en las elecciones parlamentarias del pasado mes de diciembre en Venezuela (o sea, para el PIT CNT Maduro es un líder progresista y de avanzada…). Por eso, concluye esta parte del documento, «la suerte del continente se definirá en la lucha para derrotar los intentos restauradores del imperialismo y abrir un cauce de más avances democráticos».
Queda dicho claramente pues que, ante las circunstancias económicas adversas que el país enfrenta, lo que el PIT CNT se propone no es meramente capear el temporal conservando lo logrado en los años de bonanza, sino «abrir una agenda de transformaciones profundas». Para la central no es momento de buscar fórmulas de entendimiento entre el capital y el trabajo, sino de «agudización de la lucha de clases». No se trata tampoco de ajustar la política exterior uruguaya a la nueva configuración de la escena internacional tras los cambios en Argentina y casi seguramente también en Brasil, sino de «derrotar los intentos restauradores del imperialismo». Si hubiera que comprimir el análisis en una consigna, esta no sería «Ni un paso atrás», sino «Vamos por todo».
Más allá de las discrepancias, lo que no se le puede reprochar al PIT CNT es oscuridad o disimulo en el planteamiento de su visión de las cosas; está todo dicho con claridad. El PIT CNT rechaza al capitalismo. Convive con él, porque por ahora no tiene más remedio que hacerlo; pero se propone sustituirlo. ¿Por qué régimen se quiere sustituir al capitalismo? Por algún tipo de socialismo, evidentemente; pero, ¿por cuál? A partir de aquí las respuestas -por lo menos, las que yo conozco- dejan de ser fluidas. Seguramente nadie va a decir que quiere repetir la experiencia soviética. El tremendo fracaso económico cubano es demasiado evidente, aun para los que se empeñan en sostener que la dinastía de los Castro es una democracia. Venezuela y su «socialismo del siglo XXI» se caen a pedazos. La Argentina de los Kirchner no pretendió ser socialista, pero su populismo dirigista la condujo al deterioro económico y la corrupción desenfrenada.
¿Cuál es el modelo, entonces? Nuestra dirigencia sindical no lo sabe, y si cree saberlo no lo dice. Pero aunque no ha definido hacia dónde va, exige avanzar rápidamente… Un día anuncian que van a formar brigadas para controlar los precios, como si quisieran emular a las patotas de Chávez y de Maduro. Otro día exigen que Uruguay se retire de las negociaciones relativas al TISA, y lo logran, como si el encierro mercosureño fuese útil al desarrollo del país. Los paros se suceden, las reivindicaciones se multiplican y la cultura del trabajo se debilita, como lo reconocen algunos dirigentes sindicales que no son los de mayor predicamento en la central.
En lo que cabe coincidir con el PIT CNT es en que vamos hacia una encrucijada. Si el país quiere salir adelante necesita ensanchar sus horizontes, aumentar su comercio con el mundo, atraer inversiones, mejorar su competitividad y trabajar más y mejor. Todo eso requiere diálogo y entendimiento entre el capital y el trabajo, no «agudización de la lucha de clases».
El gobierno tendrá que resolver si cede ante la presión de la central sindical o si la enfrenta. La cuestión no es sencilla, obviamente, porque la propia «fuerza política» está dividida. Durante la bonanza, la holgura disimuló las diferencias. Pero llegó la hora de las dificultades y ya no se puede dejar contento a todo el mundo.
Mientras tanto la oposición protesta y propone, pero no decide. La pelota está en la cancha de quien tiene la mayoría parlamentaria. El Frente tendrá que resolver si va a gobernar respetando las reglas de juego de la economía capitalista y los datos de la realidad internacional, o si se lanza a la aventura de las «transformaciones profundas» y la «lucha contra el imperialismo» que le propone el PIT CNT.
Columna publicada en Montevideo Portal.